Palabras de espiritualidad

¿Cómo aconsejar a nuestros hijos?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

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Especialmente en la adolescencia, antes que cualquier consejo, lo importante es dialogar largamente con el chico. El consejo debe ser el último momento de la conversación. Es muy útil conocer su punto de vista sobre el tema.

Padre, Usted le da una gran importancia al estímulo que es beneficioso para los niños. ¿Por qué la mayoría de padres lo que hacen es subrayar los errores del niño e intentar ayudarle diciéndole a cada instante: “Ten cuidado, que esto te llevará a algo que no es bueno”, y de la noche a la mañana lo llenan de consejos? ¿No sería bueno ofrecerles a las familias una preparación adecuada? ¿No sería mejor no decir nada, o hablar poco, y si observamos algo positivo, remarcarlo con un “¡Bravo!”? ¿Esta clase de estímulo es buena para el niño? Creo que son muchas preguntas en una...

—No, todo eso se complementa, y le agradezco por preguntarme. (...) Creáme, hay muchísimos casos de personas que terminan buscando un psiquiatra para resolver sus conflictos originados en las humillaciones que recibieron en la infancia. Ciertamente, en el pasado era muy común esa subestimación por parte de los padres, y muchos problemas de los adultos de hoy tienen su origen en dicha conducta: “¡No puedes hacer nada y no lograrás nada sin mí!”. Y esto emerge cuando esos adultos se convierten en padres.

“¡Y no lograrás nada sin mis consejos!”...

—Exactamente. Es necesario encontrar la justa medida. No podemos excluir la necesidad de aconsejar a nuestros hijos, porque esa es nuestra responsabilidad como padres y también ante Dios. No obstante, lo que no debemos hacer es imponerles a nuestros hijos lo que les aconsejamos, de una forma desagradable, incorrecta. Para entenderlo mejor, les pondré un ejemplo: a todos nos gustan los dulces. Pensemos en un delicioso pastel... pero que se nos sirve envuelto en una hoja de periódico y arrojado desde arriba. ¿Quién podría comérselo? Hasta podría enfermarnos. Es decir, la forma en que se nos ofrece, el envoltorio con el que lo recibimos, tiene una gran importancia. Si es válido para nosotros, los mayores, pensando en un simple pastel, también lo es para un niño, máxime si se trata de otros temas de gran importancia para él, vinculados con su alma y su desarrollo. Es muy importante que cualquier consejo que le demos, por pequeño que sea, respete su personalidad. Esto es válido también para el caso de los adolescentes. Y, ya que se ha referido al hecho de que muchos jóvenes no obedecen, hablemos un poco de esto. Nuestro hijo es desobediente... Bien, pero ¿cómo lo aconsejamos? Especialmente en la adolescencia, antes que cualquier consejo, lo importante es dialogar con él, largamente. El consejo debe ser el último momento de la conversación. Es muy útil conocer su punto de vista sobre el tema. “¿Tú qué crees? Veamos, ¿cuál es tu opinión y cómo piensas que podría aplicarse? Quiero saber qué te hace tomar esa postura y luego te diré mi opinión, desde mi propia experiencia, incluyendo mis temores y preocupaciones”. Creo que un consejo semejante podría constituir un cierre normal a la conversación, y el niño podrá aceptarlo más fácilmente.

Creo que es muy explícito el ejemplo que nos dio, del pastel envuelto en hojas de diario. En verdad, la forma de dar el consejo es muy importante. Sería bueno mencionárselo a los padres que muchas veces nos consultan sobre la forma correcta de aconsejar a los hijos, recordándoles que debemos estar atentos a la forma, no al simple hecho de aconsejar. Luego, padre Basilio, hay momentos en los que el niño rechaza todos los consejos, por hermosa que sea la forma de ofrecérselos. ¿No sería mejor no decirles nada?

—Es cierto, y creo que aquí entramos en el gran tema del discernimiento, en el cual necesitamos de mucha sabiduría y luz por parte de Dios para entender cuándo debemos hablar y cuándo no. Hay mmentos en los que, debido a la tensión emocional, la furia o la animadversión, algunos niños se vuelven incapaces de escuchar algo y debemos esperar a que se les pase esa agitación para poder hablarles. En otros momentos, los niños deben saber que hay determinados límites. Es decir, todo lo que he dicho hasta ahora no significa que debamos dejar que en nuestro hogar reine la anarquía, para que haya solamente diálogo, y que desaparezcan las normas que implican alguna sanción para su incumplimiento. Estas deben existir, está claro; lo que trato de subrayar es la importancia del diálogo, sólo porque actualmente trabajamos demasiado con normas y sanciones. Tristemente, estas son el único medio pedagógico en muchos hograres. Luego, las normas existen. El niño siente seguridad, como también el adolescente, cuando hay límites y reglas. Esto le ayuda a controlarse. Pero, esto debe venir solamente después de las premisas correctas del diálogo. Además, debemos analizar si muchas veces los castigos que imponemos no son los adecuados. Volvamos a nuestro tema: ¿qué es fundamental en este proceso? El respeto a la personalidad del niño. Muchas veces, los castigos son desproporcionados para los hechos cometidos, y así tampoco estamos respetando la personalidad de nuestro hijo.

Pónganos un ejemplo, por favor, padre...

—Sí, desde luego. Por ejemplo, cuando el niño es encerrado en una habitación oscura.

¿Un niño pequeño?

—Para un niño pequeño es un castigo exagerado. La mamá prepara la comida en la cocina, y el niño de tres o cinco años toma algunos objetos para ayudarla. Queriendo ser útil, termina derramando un poco de agua sobre la alfombra o dejando caer el recipiente, que se quiebra. ¿Cuál es la solución más común? Los gritos, los nervios, una reprimenda terrible, a veces hasta un coscorrón. Claramente, el castigo es desproporcionado ante la falta del niño. ¿Por qué? Porque este no se propuso cometer una tropelía, sino que quería ayudar a su mamá. Lo que ocurrió fue un accidente por casua de su propia impericia, o por su edad. Por eso fue que dije que es necesario pensar y no actuar mecánicamente, como autómatas, siguiendo los mismos patrones. Es necesario pensar bien, para poder ver qué fue lo que hizo el niño. Quería ayudarme. Todo habría sido distinto, si yo le hubiera dicho: “Deja, que lo traigo yo” y aún así lo hubiera hecho él. En tal caso, sí que había una responsabilidad. Y, con todo, esa responsabiliad es ínfima, porque lo hizo por ayudarme. Su intención no era hacer ninguna travesura.

Luego, en este caso no hace falta el castigo... talvez recomendarle que ponga más atención a lo que hace.

—¡Exactamente! Actualmente, los padres castigan a sus hijos por cualquier pequeño error, por cosas que no merecen un castigo. A un niño que, a pesar de pedirle que no lo haga, enciende la plancha y hasta se quema la mano, lo normal es curarle primero la quemadura y después pensar en la forma de sancionarlo.

De hecho, la quemadura ha sido su propio castigo.

—No volverá a hacerlo. En consecuencia, así es como debemos gestionar los castigos, dejándolos para las situaciones que en verdad lo ameriten. Para que el castigo no pierda su sentido. Creo que no me equivoco al decir que, cuando tomamos una medida exagerada, esta pierde su valor y nadie volverá a considerarla correcta. Pierde todo su sentido pedagógico. Nos volvemos padres injustos. El niño lo toma como una particularidad y espera que pase el castigo, para continuar con sus mismos hábitos.

(Traducido de: Pr. Vasile Thermos, Sfaturi pentru o creştere sănătoasă a copiilor, Editura Sophia, Bucureşti, 2009)