Palabras de espiritualidad

¿Cómo elegir el nombre de bautizo del niño?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Ni se te ocurra pensar que porque el niño es pequeño se trata de un asunto sin importancia. Al contrario, es algo muy importante, porque el nombre de un santo es fuente de todas las bondades que recibirá en su vida.

Hablando del nombre, pienso que ya desde el primer momento, luego de haberle dado uno al niño, debemos darle también la devoción a la virtud. Que nadie se apresure a bautizar el niño con el nombre de sus antepasados, de su padre, de su mamá, de su abuelo o su bisabuelo. No, elijamos el nombre de los justos, de los mártires, de los apóstoles o los obispos, de tal forma que ese apelativo se convierta también en ocasión y aliento para imitarlos. Que un niño se llame Pedro, el otro Juan, y así, utilizando los nombres de los santos.

Y, por favor, renuncien a los perniciosos hábitos de la idolatría. Es vergonzoso que en un hogar cristiano se practiquen costumbres paganas. ¡Es el colmo! Encender lámparas para ver cuál se apaga más rápido y cosas semejantes llevan a la ruina a quienes las practican. Y no crean que se trata de insignificancias.

Esta es mi súplica: bauticen a sus hijos con nombres de santos y justos. Sé que antiguamente se acostumbraba bautizar a los niños con el nombre de algún antepasado, no sólo como consuelo por su desaparición, sino también porque se creía que aquella persona seguía viviendo, al darle su nombre a uno de los hijos. Pero se trata de un uso casi desaparecido. Los más sensatos han eliminado tal costumbre. Por ejemplo, Abraham fue el padre de Isaac, pero Jacob y Moisés no llevaban el nombre de sus antepasados.

¡A cuánta virtud nos exhorta un sólo nombre! ¡Cuánto ejemplo ofrece! No es necesario dar más razones para cambiar el hábito que mencionaba antes, porque sabemos que el nombre recuerda siempre la virtud. La misma Escritura dice: “Tú eres Simón, hijo de Juan, pero te llamarás Kefas (que quiere decir Piedra)” (Juan 1,42). ¿Por qué? Porque ya había dado testimonio. Recordemos aquella otra cita, “No te llamarás más Abram, sino Abraham, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones” (Génesis 17, 5). De igual forma, Jacob cambió su nombre, tomando el de “Israel”, porque vio a Dios. Luego, desde el mismo nombre es que comenzamos a modelar el alma de nuestros hijos.

Dejemos que entre en nuestra casa el nombre de los santos cuando bauticemos a nuestros hijos, porque el nombre de un santo no sólo ayudará en su educación, sino que también será de beneficio para el padre, si, por ejemplo, pasa a ser papá de un “Juan”, de un “Elías”, de un “Jacobo”. Entonces, si elegimos el nombre con devoción y para honrar a quienes lo llevaron antes, si lo que deseamos es el parentezco con los santos y no con nuestros antepasados, ese nombre será de beneficio para nosotros mismos y para nuestros hijos.

Ni se te ocurra pensar que porque el niño es pequeño se trata de un asunto sin importancia. Al contrario, es algo muy importante, porque el nombre de un santo es fuente de todas las bondades que recibirá en su vida.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Părinții și educarea copiilor, traducător Ieromonah Benedict Aghioritul, Editura Agapis, București, 2007, pp. 70-71)

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