Palabras de espiritualidad

¿Cómo puedo ayudar a mi hijo a que entienda el camino que, como cristianos, tenemos que seguir?

    • Foto: Bogdan Bulgariu

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Una de las características de la vida espiritual es la lucha. Es una lucha vivir en virtud, buscar el Reino de Dios y resistir las tentaciones de ceder ante los deseos o la propia voluntad. Sin embargo, la alternativa es aún peor: vivir esclavizado por tus deseos egoístas, separado de Dios.

Es importante explicarles a nuestros hijos, con toda la claridad posible, cuál es la “lucha” que están librando.

—¡Me siento tan aburrida! —me susurró una vez mi hija en la iglesia.

—Es difícil permanecer de pie y mantenerte atento —le respondí con gesto serio.

Los niños se aburren en la iglesia. Les resulta difícil mantenerse sentados o de pie cuando están aburridos. Es algo normal, algo que no tiene que sorprendernos. También los adultos se aburren en la iglesia. Pero ¿cómo nos podemos aburrir en la iglesia? ¿Es posible aburrirse en presencia del Dios eterno? ¿Acaso creemos que los santos que están en el Cielo se aburren y no pueden esperar a que se termine la eternidad? No, no hay aburrimiento en el Reino de los Cielos, sino solamente vida, paz y alegría. El tedio es un síntoma de nuestro alejamiento de Dios. Una parte de la lucha en la vida espiritual es vencer ese aburrimiento. Los niños pueden aprender, luchando contra el aburrimiento, sobre la vida espiritual en su conjunto.

—Hoy no quiero ir a la iglesia —dijo Jorge un domingo en la mañana. De hecho, siempre le pasa lo mismo.

—A veces es pesado levantarte temprano para ir a la iglesia —le respondí, explicándole la lucha que tiene que librar.

Es algo natural en la vida espiritual. Al igual que madrugar para hacer ejercicio, asistir a la iglesia requiere de un determinado esfuerzo. Sin embargo, haciendo ese esfuerzo, obtenemos un estado e bienestar y sentimos que florecemos. El camino espiritual es difícil. Es más fácil quedarte en tu cama, que levantarte y orar solo, o participar en las oraciones de la iglesia. A medida que nos esforzamos en permanecer ante Él, en Su presencia, recibimos direcamente Su Gracia sanadora y nos sentimos fortalecidos. Si preferimos quedarnos acostados, le estamos dando la espalda a Él. Si cedemos ante el deseo de dormir un poco más, actuamos mal. Lo paradójico de la vida espiritual, como en el caso del ejercicio físico, es que el camino más pesado es el que más alegrías nos ofrece, en tanto que el camino fácil nos priva de todo provecho. Esto no facilita tener que ir a la iglesia, pero evidencia que necesitamos hacerlo. Pero si eres solamente un niño (o un adulto) que se queda acostado en su lecho, todo eso se te olvida…

Una de las características de la vida espiritual es la lucha. Es una lucha vivir en virtud, buscar el Reino de Dios y resistir las tentaciones de ceder ante los deseos o la propia voluntad. Sin embargo, la alternativa es aún peor: vivir esclavizado por tus deseos egoístas, separado de Dios. Es imposible eludir tener que luchar, solamente podemos elegir en qué lucha enrolarnos: la lucha por la salvación o la lucha de una vida subyugada por nuestras pasiones.

“Y no sólo esto, sino que nos alegramos también en los sufrimientos, conscientes de que los sufrimientos producen la paciencia, la paciencia consolida la fidelidad, la fidelidad consolidada produce la esperanza. y la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5, 3-5)

A los niños les cuesta ordenar su habitación, vestirse, tener paciencia con los otros, compartir lo que tienen, obedecer a sus padres, esperar a que todos terminen de comer para recibir su postre o esperar a que su habitación esté completamente limpia para empezar a jugar. La lista es interminable. Es difícil tener dos años y ser obligado a vestirte de determinada forma para asistir a la iglesia y ponerte el pijama antes de irte a dormir, y no al revés. Es difícil renunciar a lo que nosotros querríamos hacer. El camino de la vida verdadera es trabajoso. Si nunca aprendemos a luchar por hacer lo que cuesta hacer, terminaremos viviendo en una profunda infelicidad.

Todo esto no excusa cualquier mal comportamiento, pero nos ayuda a entender cómo utilizar dichos momentos para ayudar a nuestros hijos a entender la verdadera esencia de la vida y a perfeccionarse. Esto significa que, para responderles correctamente, tenemos que respetar la lucha personal de nuestros hijos, incluso mientras nos ocupamos de su mal comportamiento y los guiamos. De hecho, a largo plazo, nuestro objetivo es hacer que nuestros hijos asuman su lucha en pos de la santidad como el camino para realizarse en esta vida. 

(Traducido de: Philip Mamalakis, Principii ortodoxe de creștere a copiilor: educarea lor pentru Împărăția lui Dumnezeu, Editura Sophia, București, 2017, pp. 112-115)