Palabras de espiritualidad

De cómo dos mujeres le enseñaron a un santo lo que es la verdadera humildad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

He aquí que un día le vino un pensamiento, como que en la región en donde vivía, él era como un centro espiritual, un sol, al cual todos acudían.

El venerable Macario de Egipto se distinguió por sus especiales dones espirituales. Por eso es que no es llamado simplemente “santo”, sino “el Grande”. He aquí que un día le vino un pensamiento, como que en la región en donde vivía, él era como un centro espiritual, un sol, al cual todos acudían. Ciertamente, así era. Sin embargo, cuando el Venerable tuvo ese pensamiento sobre sí mismo, escuchó una voz que le decía que en el poblado más cercano vivían dos mujeres que eran mucho más agradables a Dios que él. Intrigado, el stárets tomó su bastón y salió en búsqueda de esas dos mujeres. Por la voluntad de Dios, las encontró rápidamente e ingresó al lugar donde vivían.

Estas, viendo entrar al venerable Macario, se arrojaron de rodillas a sus pies y no encontraban palabras para expresarle su admiración y gratitud. El anciano les pidió que se levantaran, para después preguntarles cómo hacían para ser agradables a Dios.

¡Oh, Santo Padre, nosotras no hacemos nada agradable a Dios! ¡Por favor, ore por nosotros!

No contento con esa respuesta, el Venerable les pidió que no le escondieran sus actos virtuosos. Las mujeres, temerosas de desobedecer al stárets, empezaron a hablarle de su vida:

Nosotras no nos conocíamos, pero, al casarnos con dos hombres que eran hermanos, comenzamos a vivir todos juntos y he aquí que no nos separamos durante quince años. En todo ese tiempo, nunca discutimos ni nos dijimos nada ofensivo. Nos esforzábamos, según nuestras posibilidades, en asistir lo más frecuentemente posible a la iglesia de Dios y en ayunar como está dispuesto. Además, en lo que podíamos, ayudábamos a los pobres... Con nuestros esposos vivíamos castamente, como hermanos... Eso es todo, Padre... Como ve, más que lo relatado, no tenemos nada bueno.

Pero, ¿se consideran ustedes santas o justas, por el bien que han hecho? —les preguntó el santo.

¿Santas? —respondieron, asombradas, las mujeres—. ¿Qué clase de santas o justas podríamos ser nosotras? No somos sino unas grandes pecadoras... ¡Pídale al Señor por nosotras, Santo Padre, para que nos demuestre Su piedad!

El Venerable les dio su bendición y regresó a su celda en lo solitario, agradeciéndole a Dios por la lección recibida.

(Traducido de: Starețul Varsanufie de la Optina, Moștenire duhovnicească, traducere de Cristea Florentina, Editura Bunavestire, Galați, 2002, pp. 119-120)