Palabras de espiritualidad

De cómo el demonio adquiere poder en la vida del hombre

    • Foto: Andreea Trandafir

      Foto: Andreea Trandafir

El maligno podría pretender, con justicia, que los pecadores le pertenecen, porque trabajan como siervos suyos.

Nuestros pecados son el capital del demonio, eso que vamos acumulando constantemente en nuestra alma, hasta —literalmente— hacernos ricos. Ese capital se almacena en nosotros, cual diabólico tesoro. Quienes acumulan pecado tras pecado en su alma, se hallan bajo el dominio del maligno, como afirma el Santo Apóstol Pedro: “Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció.” (II Pedro 2, 19). Luego, el maligno podría pretender, con justicia, que los pecadores le pertenecen, porque trabajan como siervos suyos.

Si, no obstante, el pecador expulsa los pecados que se han ido amontonando en su alma, por medio de una confesión sincera, si se arrepiente de todas sus faltas y empieza un nuevo camino, el de Cristo, estará escapando del dominio del maligno. Y cuando este último venga a exigir la ofrenda que antes se le entregaba, viendo que ya no le queda nada en el alma del hombre, ni tan siquiera el más pequeño ahorro, huirá lleno de humillación.

A tal clase de almas, limpias de pecados y vicios, se une nuestro Señor Jesucristo, especialmente en el indescriptible misterio de la Santa Eucaristía. Por medio suyo, la Divina Sangre se vierte sobre nuestras almas enfermas y débiles, haciéndonos nuevamente buenos y dignos de la vida espiritual. El alma unida al Señor adquiere fuerzas y se puede oponer con éxito a los demonios y a los vicios que estos intentan inocularnos.

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, ediția a II-a, traducere din limba bulgară de Valentin-Petre Lică, Editura Predania, București, 2010, p. 40)