Palabras de espiritualidad

De cómo se esfuerza el maligno en debilitarnos

    • Foto: Crina Zamfirescu

      Foto: Crina Zamfirescu

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Cuando lo cree conveniente, el maligno saca su herramienta y empieza a desenroscar lo que puede, delicadamente, claro está, para que no te des cuenta y reacciones. Y así es como el hombre pierde su esencia. Te debilita de una forma tal que ni tú mismo te reconoces.

A menudo me acuerdo del encuentro que tuve, hace ya varios años, con un padre del Monasterio Sihăstria. En ese entonces yo era estudiante, y junto con algunos compañeros de facultad hacíamos peregrinaciones periódicas a los monasterios y sketae de la zona de Neamț. En uno de esos viajes entablé conversación con un anciano monje, quien, entre otras cosas, nos confesó su convencimiento de que el maligno es un gran electricista.

—Sí... Un gran electricista. Tiene toda clase de destornilladores y se la pasa desatornillando y desatornillando... Y esto lo hace durante todo el día.

—¿Qué es lo que desatornilla? ¿Cómo puede ser el demonio un “electricista”? —le pregutamos los demás, llenos de curiosidad.

—Un electricista, sí, tal como lo oyen. Un gran electricista, mejor dicho. Anda de puntillas con el destornillador, para que no observemos su presencia y, cuando puede, “desatornilla” al hombre. Poco a poco... Desatornilla con paciencia, hasta que todas las piezas del hombre empiezan a aflojarse. Cuando el pobre cristiano se da cuenta de que algo extraño le está pasando, cuando siente como que se tambalea, cuando deja de sentirse seguro de sí mismo, el astuto maligno se detiene. Esconde su destornillador y espera en su escondite. Espera a que el hombre se acostumbre al chirrido de sus piezas, al pecado. Luego de un tiempo, te parece que ese ruido es normal, y que lo mismo le sucede a todos. Cuando lo cree conveniente, el maligno saca su herramienta y empieza a desenroscar lo que puede, delicadamente, claro está, para que no te des cuenta y reacciones. Y así es como el hombre pierde su esencia. Te debilita de una forma tal que ni tú mismo te reconoces. Te debilita todas tus uniones y articulaciones.

—¿Y qué podemos hacer, padre?

—¿Qué podemos hacer? ¡Convertirnos también en electricistas! ¡Escucha! El demonio no debilita solamente las uniones que hay en el hombre, sino también las conexiones entre una persona y sus semejantes. Sí... Desatornilla los “cables” que unen a las personas, haciendo que dejen de entenderse. Estropea incluso la conexión entre los hombres y Dios. Bueno, esto es normal. Se detiene la “corriente” y el aparato ya no funciona.

—¿Qué aparato...?

—¿Cómo que qué aparato? ¡La Iglesia! Los fieles dejan de entenderse entre sí, dejan de comunicarse, la “corriente”, el espíritu de Dios deja de circular entre unos y otros.

—¿Y cómo podemos hacernos “electricistas? ¡Yo quisiera serlo...!

—¡Sí...! Háganse electricistas. Electricistas del Espíritu Santo. Reparen el aparato. Junten nuevamente los cables, peguen las piezas, restablezcan los vínculos entre las personas, hagan que vuelva a circular el Espíritu. Pongamos un poco de estaño en donde haga falta, con tal de unir los cables que estaban desconectados. Pongamos un poquito de perdón allá... En aquella otra parte, un poco de amor.. Y así terminaremos uniendo a los fieles con el amor de Dios, reparando los circuitos y haciendo que el aparato entero vuelva a funcionar. Así podremos escuchar el canto de Dios. ¿Qué pasa si el aparato funciona? Vives con mucho más brío.