Palabras de espiritualidad

De la vergüenza, la confesión y la capacidad de ver nuestro interior

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

No es suficiente con vernos a nosotros mismos tal como nosotros nos podemos ver, sino que debemos vernos como Dios nos ve.

¿Podría definir qué es la vergüenza? ¿Es posible que entendamos erradamente la auto-condenación, hasta perjudicarnos a nosotros mismos y caer en la desesperanza?

Sí, la auto-condenación puede convertirse en una cosa mórbida, si no es acompañada por la fe y la confianza en Dios. Pero, si somos conscientes de ante Quién estamos, tendremos el coraje para asumir para nosotros así sea un gramo de vergüenza. Recuerdo que, cuando fui ordenado como padre espiritual en el monasterio, el padre Sofronio me dijo: “Alienta a los jóvenes que vienen a buscarte a que confiesen precisamente esas cosas de las que se avergïenzan, porque ese rubor se convertirá en energía espiritual, capaz de vencer las pasiones y el pecado”. En la confesión, la energía de la vergüenza se convierte en una energía dirigida en contra de las pasiones. En lo que respecta a dar una definición de “vergüenza”, diría que es “la carencia del valor de vernos a nosotros mismos del mismo modo en que Dios nos ve”.

Una vez vino a confesarse una señora a quien yo estimaba mucho; era conocida porque solía acoger en su casa, por un tiempo indefinido, a quienes estuvieran atravesando alguna crisis. Un día, vino y me dijo: “Padre, no tengo paz y ni siquiera sé en dónde fue que la perdí. Me he examinado a mí misma y no encuentro nada que no esté en su lugar”. Confundido, reconozco que no sabía cómo proceder. De alguna forma conseguí llevar mi mente al corazón, pidiendo las palabras adecuadas para aconsejarla, y finalmente le dije: “Pero no es suficiente con vernos a nosotros mismos tal como nosotros nos podemos ver, sino que debemos vernos como Dios nos ve. Así pues, le recomiendo que ore: Señor, líbrame de mi pecado oculto”. Era una mujer muiy devota. Luego de dos días de oración perseverante, volvió a buscarme, y me dijo: “Ahora sé cuál era esa falta que estaba escodida”. Y me confesó su pecado. Se le veía mucho más serena, porque ella misma había descubierto cuál era su pecado y había tenido el valor de confesarlo. Y, con las fuerzas recibidas de Dios, había conseguido dejarlo atrás.

A mí no me gusta hacer preguntas durante la confesión. Prefiero escuchar atentamente todo lo que las personas vienen a decir, les leo la oración respectiva y si siento que debo darles algún consejo, se los doy. Debemos intentar decir algo que inspire a las personas, y que esa inspiración les revele el estado en ql que se hallan. Nos llevará un poco más de tiempo, pero es necesario.

(Traducido de: Arhimandritul Zaharia (Zaharou), Lărgiţi şi voi inimile voastre, Editura Reîntregirea, Alba Iulia, 2009; pp. 117-118)