Palabras de espiritualidad

Debemos aprender a ser mansos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando a la persona le falta la mansedumbre, le dominan la turbación, la incertidumbre y todo el caos de la iniquidad.

La mansedumbre, en su calidad de rasgo distintivo, es fruto de la acción del Espíritu Santo. Su fuente y raíz es la humildad. Es también una cualidad divina, ya que nuestro Señor es tanto humilde como manso, aunque veamos primero Su mansedumbre. La humildad es el cuerpo, y la sombra del cuerpo es la mansedumbre. Jamás se ha oído decir que un hombre humilde sea también iracundo, o que un iracundo sea humilde.

Si analizamos la todo-redentora providencia de Dios para con Sus criaturas, especialmente en lo que respecta al hombre, constataremos que la forma práctica que Él utiliza para comunicarse con lo creado es Su infinita mansedumbre, que es una auténtica cualidad paterna. ¿Acaso no es la mansedumbre de Dios, junto a la piadosísima inmutabilidad de Su humildad, la que alimenta Su paterna protección y providencia, a pesar de que vulneramos Sus mandamientos, lo irritamos y lo enfadamos sin cesar? La esencia y el lugar de la mansedumbre es el fundamneto de la persona.

Con razón se dice que Dios “enseña a los mansos Sus caminos” (Salmos 24, 10) y “Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra (Mateo 5, 5). ¿De qué tierra se trata? ¿Qué es eso que el Señor les promete a los que poseen esa cualidad? “La tierra” es el lugar de las promesas divinas; el sitio en donde se hallan se llama “la tierra prometida”. Estas promesas divinas, dones y bendiciones, fueron preparadas por Dios “desde la creación del mundo”. Pero nosotros lo sacrificamos a la ley de nuestra necedad, prefiriendo la autonomía y desobediencia de los mandamientos.

Si el amor de Dios y Padre hubiera asumido nuestra re-creación, habríamos permanecido en la muerte. Conocemos que Dios es amor y “aquel que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él” (I Juan 4, 16). Sin embargo, ¿cómo podría alguien permanecer “en el amor”, si le falta la mansedumbre y en su interior domina todo lo contrario a esta, como la ira, el odio y la maldad que trae las tinieblas?

Cuando a la persona le falta la mansedumbre, le dominan la turbación, la incertidumbre y todo el caos de la iniquidad. El fin de esas personas es la muerte y el infierno, ¡del cual te pedimos que nos libres, Bondadosísimo Señor, por Tu inefable amor a la humanidad!

(Traducido de: Gheronda Iosif Vatopedinul, Dialoguri la Athos, Editura Doxologia, p. 106-108)