Palabras de espiritualidad

Debemos enseñarles a nuestros hijos a sentirse orgullosos de Cristo

    • Foto: Doxologia

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Siendo cristianos, es de Cristo que nos enorgullecemos, de Su victoria sobre el mundo, y no de nosotros mismos: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33).

¿Cómo educar espiritualmente a nuestros hijos para que puedan enfrentar el futuro?

—En primer lugar, debemos armarlos con ciertas guías para un mundo que carece de ellas, como una brújula interior que les muestre la dirección correcta en un mundo desorientado. Debemos educarlos en la fe y en la ética cristianas, de manera que puedan anclarse profundamente en ellas y asumirlas como esenciales. Debemos enseñarles a entender el mundo, a discernir en todas las circunstancias el bien y el mal, a enfrentar las dificultades y a encontrar soluciones a los problemas que conciernen a los valores cristianos. Recuerdo ahora unas palabras del Santo Apóstol Pablo: “Tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Efesios 6, 13-17).

Quien disponga de toda esta panoplia, será capaz de enfrentar con brío cualquier situación. Es importante que, en un mundo indiferente y hostil ante todo lo religioso, haciendo frente a los juicios negativos, las críticas y las bromas, nuestros hijos y los demás jóvenes ortodoxos se sientan orgullosos de su identidad, que sean conscientes de la riqueza de su fe, que no es algo que resta, sino que les da un plus ante los que no creen. Los padres y la Iglesia juegan un rol importantísimo en proveerles ese orgullo, que no tiene ninguna relación con la soberbia o la vanidad, porque, siendo cristianos, es de Cristo que nos enorgullecemos, de Su victoria sobre el mundo, y no de nosotros mismos: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33).