Palabras de espiritualidad

Dios ama al que ayuna con alegría

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Que el Dios de la paz nos haga dignos del Reino de los Cielos, ahí en donde no existe ni comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo-

Nos hallamos en pleno período de ayuno y es conveniente, hermanos, que sigamos esforzándonos con devoción: “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” [1]. Sin embargo, la regla monástica no deja que cada uno haga lo que quiera. Esta es la norma común de la obediencia: renunciar a tu propia voluntad. El ayuno es bueno, porque apacigua las pasiones y somete el cuerpo al espíritu. Buenas son las lágrimas, porque limpian los pecados del corazón y lo presentan, ya puro, ante el Señor. Buena es la oración, porque le da alas a la mente y la lleva a dialogar con Dios. Bueno es el amor, porque siempre antepone las necesidades del otro. Buena es la devoción, porque aligera los esfuerzos y revigoriza el espíritu, de tal forma que el anciano empieza a rejuvenecer.

Así pues, animémonos, seamos perseverantes. ¿Es el tiempo de recitar los Salmos? Vengamos con fervor. ¿Es tiempo de trabajar? Trabajemos con denuedo. ¿Es el momento de estar en paz? Tranquilicémonos, llenos de bendición. ¿Es el momento de hablar? Hablemos con prudencia. Y, en pocas palabras, “cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado” [2], así como nos fuera mandado, para permanecer lejos del ruido y de todo barullo. Que se hagan las postraciones debidas y que se cumpla con la costumbre de leer el Salterio, de acuerdo a las posibilidades de cada quien, vigilando también la salud del cuerpo. Y que el Dios de la paz nos haga dignos del Reino de los Cielos, ahí en donde no existe ni comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, tal como está escrito. Del cual sea que nos gocemos en abundancia, en Jesucristo nuestro Señor, a Quien se debe toda gloria y poder, junto al Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

(Traducido de: Sfântul Teodor Studitul, Catehezele Mici, Cateheza 61, traducere de Laura Enache, în curs de publicare la Editura Doxologia)

[1] Rom. 14, 17

[2] 2 Cor. 9, 7.