Palabras de espiritualidad

Dios es fuego

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Translation and adaptation:

Querámoslo o no, llegará el momento en el que habremos de tocar el poder de Dios.

“Dios es fuego devorador” (Hebreos 12, 29). Cuando un objeto es puesto al fuego, cambia: se quema o se endurece. Lo mismo sucede con el hombre, cuando se acerca a Dios: muere o alcanza la salvación. ¡El fuego es siempre fuego! Pero, notemos que del contacto con él lo que queda es ceniza o acero, dependiendo del material que lo toque. Lo mismo sucede con el hombre, dependiendo de lo que lleve al fuego espiritual, es decir, el estado en que se halle cuando se acerque a Dios. Si se afianza como el hierro, entonces la fuerza del hierro se convertirá en acero. Pero si se reduce a la debilidad de la paja, será consumido. Cada individuo, tarde o temprano, será inevitablemente presentado ante Dios y ¡ay de él si no se ha preparado para ese encuentro! León Tolstoi se acercó a Dios con negligencia, lleno de sí mismo, sin temor de Dios, comulgó siendo indigno de ello y llegó a convertirse en apóstata.

Querámoslo o no, llegará el momento en el que habremos de tocar el poder de Dios. Él tiene el azadón en Sus manos. Con el azadón se arrojan las semillas y los rastrojos. A los rastrojos se los lleva el viento, mientras que los granos caen a los pies del Soberano y son apilados. Pero los rastrojos son arrojados al fuego. Luego, el encuentro con el Señor es inevitable y debemos prepararnos para él. Nuestros pecados son los rastrojos que serán incinerados en aquel encuentro. Es necesario, pues, que nos preparemos con antelación, juzgándonos a nosotros mismos. Debemos separar la broza y quemar los rastrojos de nuestros pecados por medio de la oración. De lo contrario, seremos consumidos junto a ellos. Debemos saber que se aproxima el Día del Juicio y que debemos prepararnos correctamente para tan importante acontecimiento. Debemos purificar nuestra alma y orar. Debemos ser conscientes, desde ya, de lo que habrá de suceder en aquel día y no simplemente esconder la cabeza, como lo hace cualquier animal cuando ve que se acerca el peligro.

(Traducido de: Sfântul Ioan Maximovici, Predici și îndrumări duhovnicești)