Palabras de espiritualidad

“El ascenso en la vida espiritual es como subir una escalera en espiral, pero sin barandilla”

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Todo lo que hagas, hazlo manteniendo humilde tu mente. De lo contrario, estarás metiendo al demonio hasta en tus buenas acciones.

Padre, he notado que, sea lo que sea que diga o haga, el orgullo viene y me invade.

—Todo lo que hagas, hazlo manteniendo humilde tu mente. De lo contrario, estarás metiendo al demonio hasta en tus buenas acciones. Por ejemplo, si alguien dice, lleno de arrogancia: “¡Iré a hacer una buena obra!”. Lo que está haciendo es meter al maligno en lo que se propone hacer, y puede que después encuentre un montón de obstáculos que, finalmente, le impidan realizar lo que había anunciado con tanta pompa. Pero, si va y hace esa buena acción calladamente, entonces el demonio no podrá entrar.

Padre, ¿cómo realizar correctamente —en nosotros mismos— el trabajo espiritual?

—Con la boca cerrada y en secreto. El trabajo espiritual es muy fino y es necesario estar atentos a cada una de nuestras acciones. Los Santos Padres dicen que la vida espiritual “es la ciencia de las ciencias”. ¡Cuánta lucidez se necesita! El ascenso en la vida espiritual es como subir una escalera en espiral, pero sin barandilla. Si viene alguien y empieza a subir, sin estar atento a dónde pone los pies, jactándose: “¡Vaya, pero qué alto he llegado! ¡Y qué alto llegaré...!”, terminará poniendo un pie donde no debe y caerá.

¿Por qué no tiene barandilla la escalera?

—Porque el hombre es libre y debe utilizar la mente que Dios le dio. Si no la utiliza correctamente, ¿qué puede hacer Dios?

¿Es posible que un estado de aridez espiritual tenga como causa el orgullo?

—Sí. Si hay orgullo, Dios permite que el hombre permanezca en un estado de desidia, de acedia (o akidía) y frialdad espiritual, porque, si lo ayuda y le da a probar algo celestial, el hombre se irá envaneciendo y terminará creyendo que todo se debe a su propio esfuerzo. “¡Esfuércense!”, les dirá a los demás, “yo me he esforzado... ¡y vean de lo que me he hecho merecedor!”. Con esto estará dañando su alma. Por eso es que Dios deja que el hombre se golpee lo justo, para que desaparezca de su interior esa alta opinión que tiene de sí mismo, para que pierda la esperanza de sí mismo, en el sentido correcto de la expresión, y para que sea consciente de que “Sin Mí nada podéis hacer”.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și Virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, p. 80)