Palabras de espiritualidad

El ayuno regresa la mitad del camino que lleva a la muerte

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Polvo eres y en polvo te convertirás”. Así se enoja Dios, cuando alguien difama el ayuno, de tal manera que lleva la muerte al que no lo respeta.

Hay muchos que dicen: “¿Para qué deben ayunar los que ya viven en pureza?”. Pero esta es una pregunta que sólo podria ocurrírsele a los perezosos y débiles. Pensemos, ¿quién fue más puro que Adán? Y, aún así, Dios le ordenó ayunar... Porque, al decirle a él y a Eva, “Pueden comer de todos los árboles que hay en el Paraíso, pero no del árbol del conocimiento del bien y del mal”, le estaba ya dando forma al ayuno. Y si en el mismo Paraíso fue necesario ayunar, con mucha más razón lo es fuera de él. Si antes de la herida ya era necesario el medicamento, después de producirse ésta, lo es con más fuerza. Si antes de que la guerra viniera a nosotros ya necesitábamos estar armados, con más razón ahora, cuando nos encontramos a mitad de la batalla con los deseos.

Y, sobre todo, deben saber cuánto se enoja Dos cuando alguien ofende el ayuno y cuánto ama al que lo respeta. Adán no lo hizo, por debió escuchar la voz del Señor, diciéndole: “Polvo eres y en polvo te convertirás”. Así se enoja Dios, cuando alguien difama el ayuno, de tal forma que lleva la muerte al que no lo respeta. Pero veamos también el poder del ayuno. Porque el ayuno regresa la mitad del camino que lleva a la muerte. Ejemplo de esto lo encontramos no en dos o tres personas, sino en un pueblo entero, el de la ciudad de Nínive, quienes demostraron su contrición, ayunando, cuando estaban a punto de verse perdidos. Y ésto, a pesar de no tener establecido el ayuno como norma. Entonces, ¿cómo podríamos renunciar a algo de lo que tenemos tantas pruebas? Porque Moisés y Elías, cuando querían hablar con Dios, ayunaban antes, con sus agobiadas manos elevadas hacia el cielo. Hasta el mismo Señor Jesucristo ayunó durante cuarenta días, aún sin serle necesario, para darnos un arma vencedora sobre todo poder del maligno.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Din cuvintele duhovniceşti al Sfinţilor Părinţi, Editura Arhiepiscopiei Sucevei şi Rădăuţilor, Suceava, 2003, p. 123)