Palabras de espiritualidad

El castigo no es la mejor forma de corregir a nuestros hijos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Usualmente, los castigos son reacciones impulsivas a las actitudes erradas de nuestros hijos, reacciones que tienen un objetivo bien definido a largo plazo.

“¡No estoy dispuesto a tolerar semejante comportamiento!”, dijo el padre de un chico de diez años, en una consulta referente a la crianza de los hijos.

Estaba claramente enfadado cuando empezamos a hablar de la forma correcta de responder a las groserías que a veces dicen los niños.

Inevitablemente, los niños hacen cosas que enfadan a sus padres, los alarman, los frustran, los entristecen o los ofenden. El hecho de golpear a otros, proferir improperios, robar o mentir, puede asustar a los padres o nos puede crear una “mala imagen” como padres. A veces, hasta las cosas más sencillas pueden generar dichas reacciones por parte de los padres, como dibujar en la pared con un rotulador permanente o dejar caer una taza.

Cuando nosotros, como padres, empezamos a sentirnos frustrados, en vez de pensar en una respuesta adecuada y a darles tiempo para que aprendan, nos vemos tentados a buscar la forma de castigar a nuestros hijos, para que “nunca vuelvan a hacer eso”. Responder de forma correcta, nada más, a veces puede parecer igual a ser tolerantes o indulgentes con cualquier travesura. Vivimos en una cultura que no quiere dejar la más mínima falta sin castigar.

Y, con todo, el récord de detenciones por parte de la policía demuestra que el castigo no es, en general, el medio más eficiente para tratar los problemas o enseñarles a los hombres mejores costumbres e inclinaciones.

La tentación más usual es pensar que, castigándolo con frecuencia o más severamente por sus errores, nuestro hijo aprenderá más rápidamente. Si él, inevitablemente, comete el mismo error una y otra vez, no tenemos que buscar imponerle castigos más duros, como si nuestro propósito fuera el de obligar a nuestros hijos a sometérsenos. Porque esto, tarde o temprano, se convierte en una auténtica batalla de “nosotros contra ellos” entre padres e hijos.

Desde luego que libramos una “lucha” por educar a nuesros hijos, pero también tenemos que estar muy atentos a la utilización de metáforas bélicas en ese proceso de crianza. En realidad, nos hallamos en la misma barricada que ellos, pero nuestro objetivo es modelar personas, no reprimir malos comportamientos.

Usualmente, los castigos son reacciones impulsivas a las actitudes erradas de nuestros hijos, reacciones que tienen un objetivo bien definido a largo plazo. Lo que pretenden, pues, es provocar un breve sufrimiento, a corto plazo, un sufrimiento “pedagógico”, aunque terminemos alimentando la rebeldía y el temor a largo plazo. El castigo no le enseña al niño a actuar correctamente. Cuando tu hijo sufre para aprender alguna cuestión matemática, no tienes cómo imponerle un severo castigo por los errores que comete en ese proceso, sino que le concedes un tiempo para enseñarle a resolver la tarea. Nuestros hijos están aprendiendo, con nosotros, sobre la vida, y este es un campo mucho más difícil de aprender que las matemáticas.

(Traducido de: Philip Mamalakis, Principii ortodoxe de creștere a copiilor: educarea lor pentru Împărăția lui Dumnezeu, Editura Sophia, București, 2017, p. 58-59)