Palabras de espiritualidad

El desorden exterior demuestra tu interior espiritual

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Durante el día, haz lo mismo que San Antonio: un poco de trabajo, un poco de oración. De noche, un tiempo de reflexión, estudio y oración.

Apotegmas de San Paisos el Hagiorita

- El desorden exterior demuestra el interior de quien no ha avanzado espiritualmente.

- Sin valentía no hay progreso. Y ese coraje consiste en abandonarte completamente en Dios. El que es valiente tiene también amor y Dios se lo toma en cuenta.

- Escuché que en estos días se movió la vela que está ante la Santísima Virgen, en el Monasterio Iviron. La Santísima Madre de Dios intenta despertarnos para que nos arrepintamos, pero los hombres de hoy ya no se conmueven, por mucho que ocurran este tipo de cosas.

- Ayuda mucho orar en la montaña y no en cuevas o espacios cerrados. También Cristo oraba en la montaña. La mente y los sentidos se te abren de una forma distinta. Es por eso que los hombres que viven en la montaña tienen un arrojo especial.

- Cuando alguien está enfadado, lo mejor es no hablarle en absoluto, ni siquiera con dulzura. Es como intentar aliviar a uno que está herido, pero que, al intentar curarle, le provocas más dolor.

- El alma y el espíritu, mencionados algunas veces en las Santas Escrituras, no son cosas distinas, como decía A. Makrakis. Por ejemplo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios».

- La envida es como los celos, pero con maldad y resentimiento. Es importante que la rivalidad entre los hombres, si la hay, sea buena, sin maldad. Esto se entiende mejor cuando vemos a alguien a quien envidamos-admiramos, pero que ha sufrido algo malo. Si nos alegramos, es que nuestros celos son malignos.

- La bendición y la oración son efectivas, sólo si vienen del corazón. Por eso fue que Isaac le pidió a Esaú que le preparara algo de comer, para que se alegrara su corazón y bendecirle.

- Debemos esforzarnos en desenraizar nuestros peores y más grandes vicios, para que salgan también los más pequeños.

- Humildad y amor, en esto consiste todo.

- El demonio cayó por causa del orgullo. ¡Qué cosa tan terrible! El primero de los ángeles se hizo enemigo de Dios y de los hombres. No debemos sentir odio por él, sino compasión y misericordia.

- Un día vino a buscar al padre Tikón un diácono muy corpulento, y yo le recomendé que ayunara cada día hasta la hora nona. Tiempo después nos volvimos a ver, pero no pude reconocerlo. Había adelgazado. Cuando uno no come mucho, pero come a cada rato, el organismo acumula parte de lo que recibe. Pero, ayunando hasta determinada hora, el organismo se ve forzado a tomar algo del “refrigerador” (aquello que ha ido depositando). Comer en abundancia y vivir sedentariamente lleva a muchos a engordar terriblemente y hasta ser incapaces de moverse normalmente.

- Que cada uno se santifique en su vocación, en lo que pueda hacer. Digamos que hoy me entra en la cabeza que quiero cantar en la iglesia, y le quito su lugar al que lo hace actualmente. ¿Puedo hacerlo? No. Buscaré hacer lo que puedo hacer, para santificar mi vocación, como aquel aldeano de El Pireo, que revivió a su suegro. Con su vida santa aquel hombre santificó a todo el puerto y muchos cambiaron su forma de vida, gracias a él. Pero, con todo, nadie le oyó decir “¿Y ahora por qué mejor no me hago monje?”. Si esa hubiera sido su vocación, no se habría casado.

- La humildad, la bondad y la simplicidad son cosas esenciales. La bondad es pensar antes en lo que hace descansar al otro, no lo que te conviene a ti. Y Dios no es injusto. Luego, Él te dará de vuelta eso que perdiste intentando ayudar a tu semejante.

- Los que tienen un entusiasmo desmedido o un egoísmo grande deben someterse a la obediencia, para refrenar su voluntad.

- El mal ha avanzado mucho y, en los últimos años, drásticos cambios han ocurrido. Sin embargo, aún hay un pequeño fermento por el cual Dios se sigue apiadando del mundo. No permitamos que también éste se descomponga, porque entonces... ¡ay de nosotros!

- La oración por los difuntos ayuda mucho. Cada vez que estoy muy cansado o no he tenido tiempo de orar por los reposados, he visto en sueños a mis padres, por quienes he dejado de orar esa noche.

- Los devotos padres que quieren que sus hijos elijan el camino del monasterio, que no los obliguen, sino que vivan ellos mismos como monjes, porque si los hijos no tienen esa vocación, sufrirán el resto de su vida si eligen mal. En este caso, que el obispo les haga una oración y tomen otro rumbo.

- Debemos, con humildad, revelar nuestros pensamientos a los más grandes (en el monasterio), porque así les estaremos ayudando a aconsejarnos mejor.

- Que cada uno trabaje de acuerdo a su estado espiritual. Que haga aquello que se corresponde con su estado espiritual actual, sin sobrepasar sus capacidades.

- Durante el día, haz lo mismo que San Antonio: un poco de trabajo, un poco de oración. De noche, un tiempo de reflexión, estudio y oración. Una breve pero intensa meditación es de gran beneficio.

- Debes meditar sobre las bondades de Dios y sobre cuán desagradecido eres, buscando Su piedad. Que cada instante sea, para ti, motivo para agradecer y alabar a Dios.

- Ha llegado el tiempo en que habría de cumplirse la profecía de San Antonio: «Llegará un día en el que los hombres perderán el juicio y, viendo a uno que es sensato, le llamarán “loco”, por no ser como ellos».

- Si quieres alegrarte para el resto de tu vida, hazte monje.

- Los pecadores sufrirán, en la vida futura, por culpa de sus apetitos.

- Muchas veces, nosotros, los monjes, nos volvemos duros debido a que no vivimos, porque no lo vemos, el dolor de los demás. Mientras, los laicos pobres son caritativos, porque viven cerca de los que sufren. Por eso, debemos conseguir que el dolor de los demás sea también el nuestro, orando por todos.

Traducido de: Din tradiția ascetică și isihastă a Sfântului Munte, 2011