Palabras de espiritualidad

El error de postergar infinitamente nuestro arrepentimiento

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Hermanos, arrepintámonos en este mismo momento, porque no sabemos cuándo nos tocará irnos de este mundo tan lleno de frivolidad. Arrepintámonos todos, con sinceridad, para hacernos dignos de salvarnos.

No aplacemos nuestro arrepentimiento, para que no nos pase lo mismo que aquel joven, a quien su confesor le pidió que cambiara su forma de vida y volviera a la contrición, ¿Y qué respondió el muchacho? “Padre, soy joven y necesito distraerme. Tengo que gozar de todos los placeres que mi cuerpo me pida. Ya tendré tiempo para arrepentirme cuando envejezca”. Y el sacerdote le dijo: “¿Cómo sabes que llegarás a viejo? ¿Hiciste algún pacto con Dios? La muerte, hijo, no se lleva únicamente a los ancianos, sino también a los más jóvenes. Así pues, ¡arrepiéntete ahora, mientras tengas tiempo!”. Pero el joven no quiso escuchar razones y siguió viviendo licenciosamente. “Como si yo no lo supiera”, decía. “No soy tan ignorante. Cuando sea viejo iré a confesarme y también practicaré la caridad. Así se borrarán todos mis pecados. Pero aún no es el momento”.

Cuando, inesperadamente, el joven cayó gravemente enfermo, el sacerdote corrió a visitarlo y con todo amor le suplicó que se confesara, porque la Confesión y la Comunión con los Santísimos Misterios del Señor pueden sanar y fortalecer a los enfermos. “Aquí estoy, hijo. No me pidas que me vaya sin antes haberte confesado e impartido la Santa Comunión…”. Pero el joven rehusó el ofrecimiento de su padre espiritual. Este, lleno de tristeza, no tuvo más remedio que irse, porque Dios no obliga a nadie, respetando siempre nuestro libre albedrío. “El que quiera seguirme, que me siga…”, dice el Señor.

La enfermedad del muchacho se agravó, y el sacerdote acudió nuevamente a visitarlo, insistiéndole en que no había nada que le impidiera confesarse. Sin embargo, el joven volvió a negarse. Finalmente, aquel muchacho murió sin haberse confesado. Sus últimas palabras fueron: “Arrepentimiento, arrepentimiento, arrepentimiento… ¿En dónde estás, arrepentimiento?”, y cerró los ojos sin haber llegado a la contrición.

Desafortunadamente, esto es algo que les sucede a muchos. Creen que podrán arrepentirse cuando lleguen a mayores. Entonces, hermanos, arrepintámonos en este mismo momento, porque no sabemos cuándo nos tocará irnos de este mundo tan lleno de frivolidad. Arrepintámonos todos, con sinceridad, para hacernos dignos de salvarnos con la Gracia y la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con la intercesión de Su Santa Madre, de San Nectario el Milagroso y de todos los santos. Amén.

(Traducido de: Părintele Filothei Zervakos, Ne vorbește părintele Filothei Zervakos, Editura Egumenița, p. 219-220)