Palabras de espiritualidad

El hombre fue creado para ser feliz

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

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Esto es precisamente lo que nuestro Señor Jesucristo quiere enseñarnos; precisamente este es el contenido del Evangelio, porque “Evangelio” significa “Buena Nueva”, la buena noticia de la Salvación, de la venida del Señor, de la cercanía del Reino de Dios, de la realización de ese Reino. Porque el Reino de Dios es el retrato de la felicidad.

El cristianismo no inventó la felicidad; el cristianismo sostiene la felicidad. La alegría es una capacidad humana, una característica del hombre, un aspecto que pertenece a su misma estructura, a su misma naturaleza, a la forma en que Dios lo creó. El hombre fue creado para ser feliz. En los relatos del libro del Génesis, primero escrito por Moisés y primero de la Biblia, se nos dice que, después de ser creado por Dios, el hombre fue puesto en un jardín, el del Edén, el del Paraíso, el del Paraíso en la tierra.

No hace mucho leí un poema escrito por el autor (rumano), Vasile Militaru, llamado “Mi país, nuestro país, el Paraíso en la Tierra”. Es una hermosa presentación de todo lo que es positivo y bello en nuestro país: el autor habla ahí de las flores, los árboles, los bosques, los manantiales, las montañas, etc. Se forma, así, un paisaje especial que nos hace sentirnos bien en nuestra propia nación.

Esto es, de hecho, lo que Dios quiere. Nuestra fe dice que Dios creó al hombre para que fuera feliz y éste puede serlo, porque tiene las condiciones para serlo, y cuando debe enfrentar la oposición de este mindo (las aflicciones, el sufrimiento), si tiene fe en Dios, si cuenta con Él, tiene muchas posibilidades de vencer. La fe cristiana es la fe de la alegría. Se dice, con justicia, que el cristianismo es la religión de la alegría. Así es. Es una religión del amor y una religión de la alegría. La alegría y el amor se unen muy bien entre sí, en el sentido que el amor nos hace felices y comprende en sí mismo a la alegría.

Es durante la juventud cuando más amor experimenta y ofrece el hombre. Los jóvenes parecen ser más capaces de amar que las personas en la edad adulta y en la vejez, aunque el amor sea un mandamiento de Dios y debería ser igual de activo en todas las edades. Entonces, en su juventud el hombre es más capaz de amar y se halla más dispuesto a ser feliz. Una juventud iluminada por la fe se llena de pensamientos de Dios, del sentir Su presencia; se trata, así, de una juventud serena, una juventud con posibilidades de felicidad como no podríamos encontrar en otras edades del individuo.

La fe cristiana es la fe de la felicidad porque nos acerca a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, Quien es el Hijo de Dios, Quien se hizo hombre para traer a las almas de los hombres las condiciones de la alegría. En el Evangelio se nos dice que Él vino para salvar a Su pueblo del pecado:“le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y más adelante dice que el Hijo de Dios se hizo hombre, que el Hijo de Dios habría de nacer de la Santísima Virgen y que vendría a nosotros, los hombres. Se cumple, así, la profecía de Isaías, quien dice que “la virgen dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel”, que significa “Dios está con nosotros”. Luego, la alegría debe brotar especialmente de la fe y de la convicción que Dios está con nosotros, cerca, a nuestro favor.

Esto es precisamente lo que nuestro Señor Jesucristo quiere enseñarnos; precisamente este es el contenido del Evangelio, porque “Evangelio” significa “Buena Nueva”, la buena noticia de la Salvación, de la venida del Señor, de la cercanía del Reino de Dios, de la realización de ese Reino. Porque el Reino de Dios es el retrato de la felicidad.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Pentru cealaltă vreme a vieții noastre, Editura Deisis, 2001, p. 145)

 

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