Palabras de espiritualidad

El hombre que ama a su esposa cimienta una familia feliz

    • Foto: Crina Zamfirescu

      Foto: Crina Zamfirescu

Así como el Señor cuida tiernamente a la Iglesia, es decir, a todos nosotros, de la misma forma el hombre debe proteger a su esposa.

Así deben amar los maridos a sus mujeres, como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo.” (Efesios 5, 28-30). ¿Qué busca el Apóstol con estas palabras? Nos proyecta una imagen más poderosa, un ejemplo más vivo. Al mismo tiempo nos explica, con claridad, otro de nuestros deberes.

Para que nadie diga que, “Tratándose de Dios, se entiende que se haya dado a sí Mismo”, Pablo dice, “Así deben amar los maridos...”. En consecuencia, no se trata de un carisma, de un don, sino de un deber, de una obligación. Después de las palabras, “como a sus propios cuerpos”, agrega, “nadie aborreció jamás su propia carne, antes bien, la alimenta y la cuida”. ¿Y cómo es que tu esposa es también tu cuerpo? Leyendo en el Génesis, encontramos cómo, al despertarse Adán y ver a la mujer que Dios creó a partir de su costilla, dijo: “¡Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis 2, 23).

Entonces, así como el Señor cuida tiernamente a la Iglesia, es decir, a todos nosotros, porque somos miembros Suyos, cuerpo Suyo y huesos Suyos —y esto lo sabemos bien quienes participamos de los Sagrados Misterios—, lo mismo debe el hombre cuidar con ternura a su esposa, porque de él fue creada y es parte de su propio cuerpo.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieţii, Editura Egumeniţa, pp. 108-109)