Palabras de espiritualidad

El ícono, una ventana a la luz de la santidad de Dios

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

El ícono instruye los sentidos de quien lo observa, llamándole a cruzar una ventana que lleva a la luz de la santidad de Dios.

Para que el ícono nos hable, debemos entender el sentido del mismo: no es un cuadro cualquiera o un retrato fotográfico, sino “el prototipo de una humanidad futura, piadosa”[1] y no una ilusión de la realidad, representada en su naturalidad. En el ícono se manifiesta la perspectiva de una nueva criatura deificada, representada simbólicamente “de una forma que no debe copiar la realidad”[2]. La representación de los santos en los íconos se opone al mundo material y pasajero, reflejado en los cuadros o fotografías comunes, porque todo aquello que evoca al cuerpo material y corruptible es opuesto a la santidad del ícono, en el cual “la carne y la sangre no podrían heredar el Reino de Dios, tal como lo perecedero no podría heredar la perennidad”[3]

El naturalismo consiste en la fidelidad del arte ante el objeto, la exactitud al reproducirlo en determinada situación; la iconografía, por el contrario, representa la perseverancia del arte ante la perspectiva de una nueva criatura deificada, que ya no está sujeta a la materia perecedera, sino a la eternidad de Dios.

El ícono busca sacar a luz el rostro del hombre deificado interiornemente y no al que refleja la materia exterior. Pseudo Dionisio Aeropagita dice: “Verdaderamente, los íconos que vemos son, de hecho, la visión de lo que no se ve”[4].

El estilo del ícono presenta una realidad diametralmente opuesta a las representaciones corporales realistas; el ícono “manifiesta la realidad divina, que es espiritual”[5], en tanto que el naturalismo intenta imitar fielmente la materialidad.

El lenguaje simbólico del ícono revela imágenes desmaterializadas y deificadas, en las que “no se oyen las voces de este mundo y no se perciben los aromas del mismo”[6]. El ícono no es la imagen de un cuerpo corruptible, sino la imagen de un cuerpo transfigurado, resplandeciente de la luz divina. Esta es la diferencia esencial entre la imagen representada en el ícono y la imagen “natural” de cualquier cuadro o fotografía. El ícono es la semejanza con un prototipo deificado, en tanto que el retrato fotográfico es la semejanza con un prototipo solamente insuflado (con el alma). La imagen representada por el artista en el ícono y la imagen plasmada en un cuadro “común” representan dos estados distintos del mismo prototipo. El cuadro realizado en estilo fotográfico o naturalista posee la imagen del prototipo situado en un tiempo y espacio pasajeros y efímeros, mientras que, por su parte, el ícono posee la imagen del prototipo eternizado en el Reino de Dios, trascendente a este mundo.

En la primera hipóstasis, la persona representada forma parte de la Iglesia que lucha aquí en el mundo; es la imagen de un hombre que “está en desarrollo”, es decir, un hombre imperfecto que lucha por su salvación y santificación. Éste se halla en un camino lleno de tentaciones, que deben ser vencidas si desea alcanzar la santidad. Es el hombre en proceso de deificación, el hombre situado en el tiempo y bajo la acción del tiempo. Es un santo en potencia, un hombre que tiene la posibilidad de volverse santo. En la segunda hipóstasis, la persona representada forma parte de la Iglesia triunfante del Cielo. Es la imagen del hombre perfeccionado, que ha obtenido de Cristo la corona de la santidad e, implícitamente, la de la salvación. Su rostro está lleno de una luz divina. Y es que se trata del hombre deificado, el hombre situado ya en la eternidad. Esta es la diferencia, tanto cuantitativa (tiempo efímero y espacio material) como cualitativa (estado espiritual eternamente perfecto y deificado), en lo que respecta a las dos perspectivas de la representación del acto artístico pictórico.

En conclusión, la iconografía es la invitación a una alternativa espiritual superior a la materialidad y decadencia del mundo, porque el ícono instruye los sentidos de quien lo observa, llamándole a cruzar una ventana que lleva a la luz de la santidad de Dios.

P. Mihai Marius Moroșanu

 

[1] Evgheni N. Trubețkoi, 3 Eseuri despre icoană [Tres ensayos sobre el ícono], Ed. Anastasia, Bucarest, 1999, p.19.

[2] Ibidem, p.33.

[3] I Carta a los Corintios, capítulo 15, versículo 50.

[4] Dionisie Pseudo Areopagitul, Epistola către Apostolul Ioan Teologul, citat de Sfântul Ioan Damaschin, Cuvântul al treilea XVII [Epístola al Apóstol Juan el Teólogo, citado por San Juan Damasceno en: III Prédica, XVII], p 461, apud Serghei Bulgacov, Icoana și cinstirea sfintelor icoane [El ícono y la veneración de los santos íconos] , Ed. Anastasia, Bucarest, 2000 p. 97.

[5] Dumitru Stăniloae, Idolul ca chip al naturii divinizate și icoana ca fereastră spre transcendența dumnezeiască [El ídolo como imagen de la naturaleza divinizada y el ícono como ventana hacia la trascendencia divina], Ortodoxia, anul XXXIV, nr. 1, Ianuarie-martie 1982, p.17.

[6] Serghei Bulgacov, op. cit., ed. cit., p.141.