Palabras de espiritualidad

El inefable don de la Ascensión del Señor a los Cielos

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Con la Ascensión de Cristo a los Cielos, la naturaleza humana vino a morar permanentemente en el seno de la Santísima Trinidad.

Con la Ascensión de Cristo a los Cielos, la naturaleza humana vino a morar permanentemente en el seno de la Santísima Trinidad. En la Persona de Cristo, la naturaleza humana “amalgamada con la divina, triunfará eterna y ontológicamente, un don inefable”. Así fue como devenimos en “dioses por la Gracia”. Llegados a este punto, debemos recordar que, ascendiendo a los Cielos, Cristo no nos dejó “huérfanos”. ¡No! ¡Nunca! Poco a poco, como un Vencedor, cuida nuestros pasos día y noche, llamándonos continuamente a estar con Él, para podernos descansar, santificar y deificar.

Nos dice: “Vengan a Mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y Yo los aliviaré” (Mateo 11, 28) y también: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha Mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).

¡Qué cosa tan maravillosa tener a Cristo Resucitado entre nosotros, en nuestro interior y también al Espíritu Santo, junto a nuestro Padre Celestial! He dicho que en donde está el Padre, están también el Hijo y el Espíritu Santo, “Trinidad Consustancial e Indivisible”.

En consecuencia, con esta fe y certeza avancemos al “llamado Celestial”, hasta que lleguemos al Reino de la Trinidad Divina, ahí en donde no se nos pedirá creer en todo esto, porque simplemente ya lo estarmos viviendo, frente a frente, eternamente.

(Traducido de: Arhimandritul Timotei Kilifis, Hristos, Mântuitorul nostru, Editura Egumeniţa, 2007, pp. 135-136)