Palabras de espiritualidad

El padre Arsenie Boca, sobre el aspecto de la mujer moderna

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Todo lo que es artificial en el cuidado, presentación y forma de vestir de las mujeres, no puede compararse con la verdadera belleza —natural y sobria—, semejante a los lirios del campo, como la dejó nuestro buen Dios.

Joyas, maquillaje, vestidos indecentes, mejillas con carmín, labios pintados o un cigarro en la comisura de los labios, todo eso es algo común de ver (en las mujeres) por la calle.

Y no es difícil comprobar que el efecto de los cosméticos en el rostro es exactamente el opuesto al deseado. Aunque al principio las mejillas empolvadas o los labios pintados atraigan la mirada de los transeúntes, con el paso de los años todos esas pastas coloradas no hacen sino acelerar el envejecimiento y la aparición de las arrugas (en la piel).

Además, hay algo que la mayoría de mujeres descuida completamente. Cuando van a salir a la calle, se maquillan procurando parecer lo más radiantes posible, pero cuando vuelven a casa, a la compañía íntima de la familia o del esposo, necesitan limpiarse el rostro de todos esos carmines y mostrar su verdadero aspecto, que contrasta drásticamente con el otro, “de calle”.

La impresión es deplorable y hace que surja esta pregunta lógica: ¿para quién buscan las mujeres mostrarse impecables? El hombre aprecia más la belleza natural, sin ninguna clase de maquillaje. Pensemos en la inocente hermosura de la mirada y las mejillas de una monja o de una campesina, que nunca han utilizado más que agua y jabón.

También las manos de una mujer con uñas largas, pintadas y tratadas, con el tiempo adquieren un aspecto horrible. Lo mismo pasa con el pelo teñido y peinado con fijadores artificiales. En conclusión, todo lo que es artificial en el cuidado, presentación y forma de vestir de las mujeres, no puede compararse con la verdadera belleza —natural y sobria—, semejante a los lirios del campo, como la dejó nuestro buen Dios.

Puede que alguien se haya ofendido con mis palabras: le pido, de todo corazón, que me perdone. Todo lo que he afirmado aquí lo he hecho pensando en nuestra maravillosa juventud, en nuestras hermosas jóvenes, para darles una señal de alarma.

(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Ridicarea căsătoriei la înălțimea de Taină; îndrumător duhovnicesc, Editura Agaton, 2002, p. 144)