Palabras de espiritualidad

El pecado es una enfermedad. Luego, ¿si no odias a los enfermos, por qué odias al pecador?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Para ustedes, que son justos: el pecado significa debilidad, pero temerle a los pecadores significa tenerle miedo a los hombres. El pecador siente repulsión por el hombre justo —muerto— que hay en él, pero siente aún más asco por el justo —vivo— que encuentra en su camino. Luego, no repugnen a quien los repugna. ¿Acaso no es el Señor el coraje de los justos? ¿Acaso no es el Señor, el general de la legión de los justos? 

El ciprés es verde en verano y en invierno. La albahaca emite su particular aroma en verano y también en invierno. Pero los corderos son muertos tanto en verano como en invierno. Por eso, ¡atención a los lobos cuando atacan, uno desde el frente, y otro por la retaguardia! Permanezcan atentos a dos pecados en especial: el miedo a los pecadores y el desprecio hacia ellos. Porque (si caen en tales forma de pecado) el verdor que hay en ustedes se desvanecerá como el de un sauce. Y su aroma se convertirá en hedor. Y su humildad devendrá en soberbia. Y los pecadores los contarán a ustedes entre sus filas.

Para ustedes, que son justos: el pecado significa debilidad, pero temerle a los pecadores significa tenerle miedo a los hombres. El pecador siente repulsión por el hombre justo —muerto— que hay en él, pero siente aún más asco por el justo —vivo— que encuentra en su camino. Luego, no repugnen a quien los repugna. ¿Acaso no es el Señor el valor de los justos? ¿Acaso no es el Señor, el general de la legión de los justos? En verdad, ínfima es la justicia de los que están con el Todopoderoso y aún así le temen a los débiles.

Si tu justicia es la de Dios, tu poder es uno divino. Al comienzo, el poder divino parece —a los ojos del pecador— una debilidad, porque es indescriptiblemente humilde, manso y paciente. Pero, al final, cuando viene la victoria divina, los pecadores ven con terror que su hogar ha sido socavado por el agua subterránea, hundiéndose casi inmediatamente.

Como el pasto, la victoria de Dios crece despacio y en silencio. Pero una vez crece, no puedes ya pisarla o podarla. […] Para ustedes, que son justos: el pecado es una enfermedad, y despreciar a los pecadores es despreciar a unos hombres enfermos. El que ofrece de su propia salud a los enfermos multiplica su lozanía. El desprecio a los pecadores destruye la salud del robusto.

(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Noul Hrisostom, Episcop de Ohrida şi Jicea, Rugăciuni pe malul lacului, traducere din limba engleză de Paul Bălan, Editura Anestis, 2006, pp. 172-173)