Palabras de espiritualidad

El placer y el dolor desnaturalizan la conciencia moral

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando el hombre no se preocupa en hacer otra diferencia que no sea esta, entre el sentido carnal del placer y el del dolor, vulnera el mandato divino y come del fruto del conocimiento del bien y el mal.”

Que el placer y el dolor son algo malo, es algo que se puede ver ya desde la forma en que retuercen la conciencia moral del pecador. En verdad, para este es algo normal apreciar las cosas según el placer o el dolor que le causan; ese mismo juicio moral es lo que lo lleva a considerar el placer como algo bueno y el dolor como algo malo.

El pecador juzga el valor de las cosas no de la forma correcta, distinguiendo las realidades inteligibles y los valores espirituales, sino con sus propios sentidos, y esto no es una simple e inocente capacidad de apreciar las cosas sensibles, sino que es, como dice San Máximo el Confesor, “el poder de diferenciar entre el placer y el dolor del cuerpo”, específicamente “una fuerza de los cuerpos animados y dotados con sensaciones”, que “convence al hombre de abrazar el placer y rechazar el dolor”. “Cuando, entonces, el hombre no se preocupa en hacer otra diferencia que no sea esta, entre el sentido carnal del placer y el del dolor, vulnera el mandato divino y come del fruto del conocimiento del bien y el mal. Asume, así, la irracionalidad de lo que siente como el único medio de discernimiento, al servicio de su instinto de conservación. Así es como se adhiere completamente al placer, creyéndolo algo bueno, y se aparta del dolor, como si se tratara de algo malo”.

A partir de esto, el hombre deja de saber con claridad qué es el bien y qué es el mal. “El árbol del conocimiento del bien y del mal”, del cual habla la Escritura (Génesis 2, 17), se llama así precisamente porque el simple hecho de que probar su fruto (que simboliza el deleite de lo creado bajo su aspecto sensible, deleite que, tal como hemos visto, trae solamente sufrimiento) lleva a dicha confusión entre el bien y el mal, basándose en el placer y el dolor sentido o esperado. San Máximo explica que el hombre caído, venerando a la criatura en vez de adorar al Creador, con el amor carnal a sí mismo, “tenía en su interior, incesantemente, el placer y el dolor. Porque, comiendo siempre del árbol de la desobediencia, recibía sensiblemente el aparente conocimiento del bien y el mal mezclados entre sí”.

Así, ese conocimiento difuso del bien y el mal, fruto del amor carnal a sí mismo y fundamentado sólo en la experiencia puramente sensible del placer y el dolor, es lo que engendra, como hemos visto, una gran cantidad de pasiones: “El desconocimiento de Dios divinizó a la creación, cuyo culto visible es el amor al cuerpo. Porque alrededor de esto es que gira, como en una suerte de conocimiento ambiguo, toda la experiencia del placer y el dolor, a partir de la cual entró en la vida de los hombres el fango que contiene toda clase de males, tan variados y entreverados, que no es posible darles un nombre”.

(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Dumnezeu nu vrea suferința omului, Editura Sophia, pp. 51-53)