Palabras de espiritualidad

Entendiendo y apreciando la labor del iconógrafo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

El ícono es el espacio transfigurado en el que se refleja la eternidad. Y es que el iconógrafo está obligado a expresar el dogma. Pero ¿qué es el dogma?

En la pintura seglar el hombre es libre para crear e incluso puede llegar a hacerse famoso por sus innovaciones; sin embargo, su celebridad se limitará únicamente a este mundo. En cambio, en lo que respecta a la pintura ortodoxa, sacra, la innovación no tiene sitio. El iconógrafo no podría llegar a hacerse célebre gracias a sus innovaciones. En todo caso, un iconógrafo célebre es aquel que es también teólogo, y si es teólogo, sabe cómo orar; así es como logra plasmar el dogma con el auxilio de colores simbólicos.

A este (al iconógrafo) le podemos llamar un gran pintor, no a aquel que dice que ha introducido algo nuevo. El ícono es el espacio transfigurado en el que se refleja la eternidad. Y es que el iconógrafo está obligado a expresar el dogma. Pero ¿qué es el dogma? Es una enseñanza teórica, una verdad teórica y eterna, porque es revelada por Dios y refleja Su voluntad.

Si el dogma refleja la voluntad de Dios, tú, como iconógrafo, no tienes cómo introducir novedades, ya que tu pensamiento es limitado. Entonces, lo que haces es plasmar, orando, la voluntad de Dios, Su pensamiento y Su doctrina en el ícono. Y esto es, de hecho, un milagro.

Si en la pintura se impone lo terrenal, deja de guiar el alma”.

Es un milagro que puedas plasmar la eternidad con la ayuda del simbolismo de los colores. Y no necesitas nada más. Porque muestras la eternidad, expresando a Dios mismo con la ayuda de los colores, para que también los demás sean partícipes de ella. Es un verdadero prodigio que el hombre llegue a pintar correctamente, tal como lo hicieran nuestros ancestros. Con esto me refiero a los pintores de los períodos de la pintura bizantina, hasta el siglo XV.

A partir de ese siglo, la pintura empezó a decaer, al ser influenciada por el Renacimiento. Entonces lo humano comenzó a dominar en la pintura religiosa. Y, poco a poco, esta dejó de ser sacra. Es religiosa, pero no sacra. Así es como el catolicismo llegó a tener un arte religioso, pero no sacro, porque el naturalismo y el realismo terminaron imponiéndose. Y si se impone lo terrenal, el alma no es más quien conduce, sino el cuerpo. Y así se expresa más la tierra que el Cielo.

Con esto, también el ícono deja de ser una ventana abierta a lo absoluto, al Cielo, para volverse un simple cuadro, una ventana abierta a la criatura, a lo creado y no a lo no-creado, a la criatura deificada. Porque en el Cielo están aquellas personas, los santos, que se deificaron y que, siendo mortales, se hicieron inmortales.