Acuérdate, amado hermano, de esta verdad: lo que el hombre siembre en esta vida, lo cosechará por centuplicado en la vida eterna. Entonces, examínate antes de irte a dormir: ¿qué has sembrado hoy en tu “cuenta” de la eternidad? ¿Trigo o neguilla? Hecho esto, empieza cada día dispuesto a hacer bien las cosas. Todos los días de tu vida. Si, con todo, encuentras que no has hecho lo que debías en el día que termina, si no has orado lo suficiente, si no te has arrepentido de tus faltas, si no has humillado tu mente, si no has ayudado a tu hermano, si no has perdonado a quien te ofendió, si no has soportado los insultos —sino que, al contrario, te has dejado dominar por la ira—, si no has sabido controlar tu lengua, si has comido de más, si has permitido que tu mente se llene de pensamientos impuros… Viendo todo esto, acúsate a ti mismo, con la firme determinación de ser más diligente en lo bueno y más prudente con lo malo.

Así es como debes examinar todo el tiempo, amado hijo, el plantío de tu alma, limpiándolo de malezas cada día y procurando, como un buen cristiano, cultivar no solamente cosas perecederas, sino también aquello que te ha de servir en la vida eterna. ¿Cuál es el provecho de gozarnos en esta vida con toda clase de bondades materiales y recibir la honra de los demás, si nos faltan los dones del Espíritu Santo y nos presentamos con las manos vacías ante Dios, como un árbol estéril cuyo destino es ser arrojado al fuego? Dale al César lo que es del César, con tu hombre exterior, pero con en tu interior mantén la mirada dirigida a Dios, aprendiendo Su Ley, y Él siempre estará contigo.

(Traducido de. Starețul Moise de la Optina, Editura Doxologia, Iași, 2013, p. 200)