Palabras de espiritualidad

La historia de la tacita de té, narrada por el Padre Arsenie Boca

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No siempre fui una tacita de té. Alguna vez fui tan sólo un puñado de arcilla roja. Mi dueño me recogió, me amasó, me golpeó, me separó en trocitos, me volvió a amasar... Yo gritaba, “¡Basta, deja de hacerlo!”, “¡No me gusta!”, “¡Déjame en paz!”, pero Él sólo sonrió y me respondió tranquilamente, “¡Todavía no!”.

Una pareja se hallaba de paseo, en Inglaterra. En una calle, descubrireron una tienda de antigüedades y decidieron entrar, buscando algo especial para celebrar su vigésimo quinto año de matrimonio. A los dos esposos le gustaban las antigüedades y los objetos de arcilla y cerámica, especialmente las tacitas para té.

En eso, en un estante vieron una interesante taza y preguntaron, “¿Podemos ver aquella tacita? ¡Es simplemente preciosa!”.

Inmediatamente después de que la tendera les diera lo que le pidieron, aquella tacita empezó a hablarles:

"—Ustedes no podrían entenderlo. No siempre fui una tacita de té. Alguna vez fui tan sólo un puñado de arcilla roja. Mi dueño me recogió, me amasó, me golpeó, me separó en trocitos, me volvió a amasar... Yo gritaba, “¡Basta, deja de hacerlo!”, “¡No me gusta!”, “¡Déjame en paz!”, pero Él sólo me sonrió y me respondió tranquilamente, “¡Todavía no!”.

Luego, ¡Aghh! Me puso en una rueda y comencé a dar vueltas y vueltas... “¡Detente, que me mareo!”, grité. Mi dueño movió la cabeza de un lado a otro, serenamente, y me dijo, “Todavía no”. Me dió vuelta una y otra vez, me hizo trozos, me volvió a moldear, hasta que finalmente quedó contento con la forma que me dio. Luego, me metió en el horno. ¡Nunca sentí tanto calor! Grité, empecé a golpear la puerta del horno... “¡Ayuda! ¡Sácame de aquí!”. Podía verlo a través de una rendija y podía leer Sus labios, mientras volvía a negar con la cabeza... “Todavía no”. Cuando pensaba que no podría resistir un minuto más, la puerta se abrió. Con cuidado, me sacó y me puso en un estante. Empecé a enfriarme. ¡Ohh! ¡Me sentí tan bien! Después de un rato, me volvió a tomar en Sus manos, me cepilló y me pintó... el olor era espantoso. Creí que me iba a sofocar. “¡Por favor, detente!”, grité. ¿Él? Sólo movió la cabeza, como diciendo “no”, y dijo, una vez más, “¡Todavía no!”

Luego, otra vez me llevó al horno. Sólo que esta vez allí había un calor más fuerte. Le supliqué. Insistí. Grité. Lloré... ¡estaba convencida que no podría escapar! Sólo quería terminarlo todo. Entonces, repentinamente, la puerta se abrió, y nuevamente me puso en un estante, en donde me dejó enfriarme. Mientras tanto, me preguntaba a mí misma con ansiedad, “¿Qué más querrá hacer conmigo?”. Una hora más tade, me puso frente a un espejo y me dijo, “¡Mírate ahora...!” Y me ví. “No puede ser, esa no soy yo. Es muy bella... ¡Soy hermosa!”

Entonces, me dijo mansamente, “Escúchame bien: sé que te dolió cuando te amasé, cuando te corté en trozos, cuando te dí vueltas una y otra vez, pero, si te hubiera dejado sola, te hubieras secado. Sé que te mareaste cuando te puse en aquella rueda, pero si me hubiera detenido, te hubieras deshecho en pedazos, te hubieras desmoronado. Sé que te dolió y que fue extremadamente incómodo para tí estar en el horno, pero era necesario meterte allí, para que luego no te quebraras. Sé que el olor de la pintura no te agradó, pero si no lo hubiera hecho, no te hubiera podido templar verdaderamente. No habrías adquirido ese brillo vital que ahora tienes. Si no te hubiera metido otra vez en el horno, no hubieras sobrevivido mucho tiempo, porque la rigidez que tenías no te hubiera durado más. Ahora, sólo ahora, eres un producto terminado. Sólo ahora eres eso que pensé que llegarías a ser, cuando empecé a trabajarte”.

La moraleja es la siguiente: Dios sabe lo que hace con cada uno de nosotros. Él es el Alfarero y nosotros Su arcilla. Él nos modelará, nos hará y nos expondrá a las presiones necesarias, para convertirnos en sus perfectas obras, para cumplir Su buena, grata y santa voluntad.

Si la vida te parece dura y te sientes golpeado, empujado y sometido sin piedad; cuando te parezca que el mundo se mueve sin control; cuando sientas que atraviesas un dolor terrible; cuando la vida te parece insufrible, prepárate un té y tómatelo en tu taza favorita. Siéntate y recuérdate de esto que acabas de leer... después podrás conversar un rato con el Alfarero.



 

Leer otros artículos sobre el tema: