Palabras de espiritualidad

La lucha para vencer el egoísmo

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Hay algunos que se asustan cuando se dan cuenta del egoísmo que hay en su interior; se agitan y casi llegan al colapso.

Si queremos tomar las cosas en serio y no engañarnos a nosotros mismos —siendo buenos cristianos, es decir, estudiando la Palabra de Dios y a los Santos Padres, y viendo la vida de Cristo y de los santos como ejemplos, deseando asemejarnos a ellos—, aunque no lo queramos, terminaremos entrando en una cruenta lucha y adentrándonos en un camino que parece duro, imposible, interminable... tanto, que muchas veces desearemos volver atrás.

Si empezamos este camino, partiendo de lo que dice el Señor: “Si me amáis, guardaréis Mis mandamientos” (Juan 14, 15), y comenzamos a seguir los mandamientos de Cristo, en nuestro esfuerzo encontraremos muchas dificultades por parte de nosotros mismos, no de los demás. Intentaremos ser humildes, pero veremos que no lo conseguimos. Intentaremos arrepentirnos, pero notaremos que, en cada situación, se opone nuestro propio “yo”. Trataremos de ser mansos, buenos, agradables... y veremos que nuestro interior se opone. Trataremos de ser mesurados, de guardar los mandamientos de Cristo y de obtener las virtudes, pero nuestro “yo” nos pondrá incontables tropiezos.

Pero, quien quiera ser un cristiano verdadero, que imite a los santos, por difíciles que parezcan las cosas, por mucho que su “yo” se oponga, luchando incansablemebte. A decir verdad, mientras más luche la persona, más duras se pondrán las cosas, por causa de su propio “yo”. Precisamente por esta razón es que la lucha del cristiano es importante cuando éste la asume con celo y cuando la contempla a la luz de Cristo y los santos, a quienes empieza a imitar.

Hay algunos que se asustan cuando se dan cuenta del egoísmo que hay en su interior; se agitan y casi llegan al colapso. Pero aquel que asume las cosas con devoción, con lucidez, digamos, poco a poco, además de sentir cómo todo este proceso adquiere un espíritu agradable, nunca reaccionará negativamente, sino que irá de revelación en revelación, de descubrimiento en descubrimiento, para decirlo de alguna manera.

Desde luego, cuando alquien empieza la lucha para superar su egoísmo, es porque es consciente de que es egoísta, porque puede ver su propio egoísmo. Pero lo que ve es solamente la punta del iceberg que hay en su interior. Porque, por ejemplo, nadie es capaz de ver toda la raiz de una planta. Así, el hombre ve solamente lo que hay en la superficie de su egoísmo, y llega a creer que es un asunto sencillo. Sin embargo, a medida que avanza en la lucha, observa que debajo hay más y más egoísmo.

Estoy hablando de aquel que ve la parte positiva y está decidido a luchar. Otros, como dije, se asustan, retroceden y “no tocan eso que parece tan desagradable”. Dejan las cosas como están y siguen con su vida. ¿Qué hará Dios con esas almas? Sólo Él lo sabe.

Pero, insisto, nosotros debemos continuar con esa lucha, si queremos responder al llamado del Señor. Puede que alguno diga: “¡Ah! ¿Esto es el egoísmo? ¡Lo encontré! ¡Listo!”, y piense que lo está venciendo con sus intentos de hacerse humilde, de controlarse, de aceptar las humillaciones y las injusticias. Sin embargo, a un nivel más profundo, hay un egoísmo más crudo, más atemorizante, más desagradable, más salvaje. Con todo, el alma que ha llegado a un acuerdo con Dios y ha prometido luchar, con el auxilio de Cristo, continuará con valentía y, mientras más avance, más le preocupará el problema del egoísmo, sabiendo que es un problema de voluntad, de poner en acción las virtudes y, en general, de todas las realidades que Cristo le pide al hombre.

(Traducido de: Arhim. Simeon Kraiopoulos, Taina mântuirii, Editura Bizantină, pp. 140-142)