Palabras de espiritualidad

La “Oración de Jesús” explicada

    • Foto: Valentina Birgaoanu

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Translation and adaptation:

El procedimiento más confiable en esta oración es el ascenso gradual.

La fórmula completa de la “Oración de Jesús” suena así:”Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”, y esta es, precisamente, la forma recomendada. En la primera mitad de esta oración damos testimonio de Cristo como Dios encarnado por nuestra salvación. En la segunda mitad afirmamos nuestro estado de pecadores y nuestro anhelo de salvarnos. Ese entrelazamiento entre el testimonio dogmático y la contrición hace que el contenido de la oración sea aún más amplio.

Es posible establecer cierta sucesión en el desarrollo de esta oración. En primer lugar, no es una cuestión verbal: pronunciamos la oración con nuestra boca, intentando —al mismo tiempo— concentrar nuestra atención en el Nombre y las otras palabras. Después no movemos más nuestros labios, sino que pronunciamos el Nombre de Jesucristo y lo que sigue en nuestra mente, de forma silenciosa. En la tercera fase, la mente y el corazón se unen, en un acto común: la atención de la mente se concentra en el corazón y la oración es pronunciada aquí. En la cuarta etapa, la oración se pronuncia sola. Esto sucede cuando la oración se fortalece en el corazón, en donde está concentrada también nuestra mente, y continua aquí, sin ningún esfuerzo extraordinario por parte nuestra. Finalmente, la oración, tan llena de bendición, empieza a accionar en nuestro interior, como si se tratara de una suave llama, como una inspiración que viene de lo alto, alegrando nuestro corazón con el sentimiento del amor divino y haciendo que nuestra mente se goce en la contemplación espiritual. Esta última fase es, algunas veces, acompañada de la visión de una Luz.

El procedimiento más confiable en esta oración es el ascenso gradual. Al principiante que recién empieza esta lucha se le recomienda que inicie con la primera etapa, la de la oración dicha en voz alta, hasta que el cuerpo, la lengua, el cerebro y el corazón terminen asimilándola. La duración de este proceso es variable. Eso sí, mientras más seria es la contrición, más corto es el camino.

La práctica de la oración mental puede ser un tiempo asociado con un método hesicasta. En otras palabras, puede tomar la forma de una articulación rítmica o aritmética de la oración, tal como fuera descrita anteriormente, inspirando en la recitación de la primera mitad y expirando al pronunciar la segunda. Esto puede ser de un gran provecho, si no perdemos de vista el hecho que cualquier invocación del Nombre de Cristo debe estar unida a la conciencia del Mismo Cristo. El Nombre no debe separarse de la Persona de Dios, para que la oración no se reduzca a un simple ejercicio técnico y terminemos infringiendo el mandamiento que dice: “No tomarás el Nombre del Señor tu Dios en vano” (Éxodo 20, 7; Deuteronomio 5,11). Cuando la atención de la mente se fija en el corazón, es posible controlar lo que sucede en este, y la lucha contra las pasiones adquiere un carácter racional. El enemigo es reconocido y puede ser echado afuera por medio de la fuerza del Nombre de Cristo. Con este trabajo ascético, el corazón se vuelve tan sensible, que cuando ora por alguien más, puede sentir inmediatamente el estado de la persona por la que está pidiendo. Así es como tiene lugar el paso de la simple oración mental a la oración mental y del corazón, que puede ser seguida del don de la oración que brota sola. Intentemos presentarnos ante Dios con todo nuestro ser. La invocación del Nombre de Dios Salvador, pronunciado con temor de Dios, junto con un esfuerzo constante de vivir de acuerdo a Sus mandamientos, nos lleva, poco a poco, a una bendecida fusión de todas nuestras fuerzas. Y no pretendamos apresurarnos en nuestros esfuerzos ascéticos. Es esencial alejar cualquier idea de realizar mucho en el menor tiempo posible. Dios no nos fuerza, y tampoco nosotros podemos presionarlo de ninguna manera. Los resultados obtenidos por medios artificiales no duran mucho, y, lo más importante, no unen nuestro espíritu con el Espíritu del Dios Vivo.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Rugăciunea – experiența Vieții Veșnice, Editura Deisis, p . 133-135)