Palabras de espiritualidad

La oración y la condición del perdón

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cuando oremos, primero pidámonos perdón recíprocamente: “¡Perdóname, esposo!”, “¡Perdóname, esposa!”, “¡Perdóname, hijo!”, “¡Perdóname, papá!”, “¡Perdóname, mamá!”, etc., respondiendo cada uno: “¡Que Dios te perdone!”.

Cada mañana, al levantarse, ¿durante cuántas horas oran ustedes? “Pero es que tenemos muchas cosas que hacer, Padre. Repetimos algunas oraciones cortas y nos vamos a trabajar”. Una chica me contó cómo oraba su madre: “Padre nuestro que estás en los Cielos... María, ¿ya le diste de comer a los gansos? Santificado sea Tu nombre... ¿Tendiste también la ropa? Venga a nosotros Tu reino...”. ¿Se imaginan cómo se ríe el demonio de esa mujer? ¡Hasta se enferma de tanto reír...! Ella dice: “Padre nuestro,,,”, pensando en los gansos y la ropa. ¡Ay de nosotros! Dios nos conoce por completo, y no sólo sabe lo que estamos pensando en este momento, sino lo que pensaremos hasta el día en que muramos. ¿Y tú, cuando es el momento de orar, te pones a pensar en esas cosas pasajeras?

Cuando oremos, primero pidámonos perdón recíprocamente: “¡Perdóname, esposo!”, “¡Perdóname, esposa!”, “¡Perdóname, hijo!”, “¡Perdóname, papá!”, “¡Perdóname, mamá!”, etc., respondiendo cada uno: “¡Que Dios te perdone!”.

Así es como Dios nos perdona. Puede que hayamos ofendido a nuestra mamá, a nuestro papá o a nuestro hermano... Todos sabemos que en el “Padre nuestro” decimos: “Y perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden”. Por eso, ¡si perdonas, Dios te perdona, si no, no! ¿Qué dice el Santo Apóstol Pablo? “Que el ocaso no os encuentre sin haberos reconciliado”. No tienes permiso para permanecer enfadado con tu hermano hasta el anochecer. Este es un gran pecado. ¿Qué pasaria si mueres esa misma noche? Te irías directo al fondo del infierno. Porque, si no perdonas de corazón, tampoco Dios te perdonará.

En el Paterikón se nos habla de un monje que vino a buscar a un anciano asceta:

Padre, el hermano R. me ofendió.

¡Entonces, perdónalo, hijo!

¡No lo puedo perdonar!

¡Perdónalo y corre a pedirle perdón!

No, no puedo, Padre. Si lo perdono, me volverá a insultar, pero de un modo aún peor.

Entonces, el anciano suspiró y dijo:

A ver, oremos un poco, hijo.

Y el anciano se arrodilló. Se descubrió la cabeza y empezó: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros Tu reino, hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el Cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, y no nos perdones nuestras ofensas...”

En ese momento, el monje saltó:

¡Así no es, Padre!

Claro que sí, hijo... “Y no nos perdones nuestras ofensas...”

¡Padre, que se equivoca Usted!

No, no, hijo. Porque, si no quieres perdonar a tu hermano, así es como debes pronunciar el “Padre nuestro”. ¿No te parece? “¡Y no me perdones, Señor, porque yo tampoco perdono!”.

¿Por qué fue que nuestro Santísimo y Eterno Dios puso esa condición en el “Padre nuestro”? Para que Él nos perdone, en la misma medida que también nosotros seamos capaces de perdonar. Si no perdonas, Dios tampoco te perdonará. ¡Y Dios nos guarde de generar una pizca de envida u odio en nuestro corazón! ¡Eso es algo peor que el mismo demonio!

(Traducido de: Arhim. Cleopa Ilie, Ne vorbeşte părintele Cleopa vol. 3, Editura Episcopiei Romanului, 1996, p. 108-109)