Palabras de espiritualidad

La primera prueba de obediencia a Dios

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

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En ese pequeño mandamiento se expresaba toda la voluntad de Dios sobre la existencia del hombre en el Paraíso, “y la voluntad de Dios es la constitución y ley principal”.

En lo referente a la misma naturaleza del “árbol del conocimiento del bien y del mal”, la mayoría de entendidos de la la Iglesia creen que realmente existió, como los demás árboles del Paraíso, porque la Santa Escritura dice: “Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal”. Es llamado el “árbol del conocimiento del bien y el mal”, porque, probando de sus frutos, el hombre descubrió el bien de la obediencia y lo malo de oponerse a la voluntad de Dios.

El árbol del conocimiento, del Paraíso, fue como un examen, un ejercicio para conocer la obediencia o la desobediencia humanas. Por eso es que se le llama “del conocimiento del bien y del mal”. Puede que haya recibido ese nombre porque daba, a quienes comían de sus frutos, la capacidad de conocer su propia naturaleza. Ese conocimiento es bueno para los avanzados y fuertes en la contemplación de Dios [ἐν τῇ θείᾳ θεωρίᾳ] y para quienes no le temen al pecado. Porque ellos, esforzándose incesantemente en la contemplación, alcanzaron ese hábito. Sin embargo, no es bueno para los principiantes y quienes aún se hallan sometidos a sus deseos viciosos, porque no son fuertes en el bien y se demuestran lo insuficientemente robustos en la búsqueda de lo que es bueno. Debido a su propia naturaleza, el “árbol del conocimiento del bien y del mal” no fue quien trajo la muerte. Al contrario, era bueno como todo lo demás creado por Dios, sólo que fue el medio elegido para demostrar la obediencia del hombre a Dios. En ese pequeño mandamiento se expresaba toda la voluntad de Dios sobre la existencia del hombre en el Paraíso, “y la voluntad de Dios es la constitución y ley principal”.

(Traducido de: Sfântul Iustin Popovici, Dogmatica Bisericii Ortodoxe, volumul I, Editura Doxologia, Iași, pp. 397-400)