Palabras de espiritualidad

La Tradición de la Iglesia es una invocación de la felicidad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

En nuestra Tradición existe esta obra de regocijo, de multiplicación de la alegría.

Toda la obra de la Iglesia busca traer la alegría a los hombres. Los Sacramentos traen la Gracia de Dios a la existencia de los hombres. La Santa Confesión, que nos ofrece el perdón de los pecados, es un motivo de felicidad: nuestro Señor Jesucristo les dio a Sus discípulos la potestad de desatar los pecados, para liberar a los hombres y hacerlos receptivos a la felicidad. Con el Sacramento de la Santa Unción elevamos una oración que comprende las siguientes palabras: “Que este aceite, Señor, se convierta en aceite de alegría y santidad, en atuendo real, en refugio fuerte, en protección ante cualquier acción diabólica, en un sello perenne, en regocijo del corazón, en gozo eterno”. Luego, pedimos que por medio del aceite con que se unge a los fieles, estos alcancen la alegría y después la santidad. El primer atavío que recibe el tonsurado es una camisa larga, blanca, mientras se dice: “Nuestro hermano [nombre] se viste con el atuendo del regocijo. Digamos por él: Señor, ten piedad...”. Los monjes solemos olvidar el momento en que fuimos vestidos con aquel “atuendo del regocijo”. Solemos olvidar ser felices, aunque el Señor nos dice: “¡Alegraos y regocijaos!”.

El aceite es un amparo poderoso, un refugio resistente, que nos libra de todas las acciones del demonio. Es decir que el maligno no tiene cómo acercarse a aquel que ha sido ungido con el aceite santificado, a aquel a quien se le ha dado la alegría y la santidad, el atuendo real, el refugio poderoso. El aceite es considerado también un sello perenne. Es decir, el aceite hace que el ungido con él sea reconocido por Dios y por los demás como perteneciente a Él, como si hubiera sido marcado. El sello es nuestra vida, no una estampilla sobre un documento, sino que es algo que brota del hombre, una alegría del corazón, una alegría eterna.

Así, vemos que en nuestra Tradición existe esta obra de regocijo, de multiplicación de la alegría. En la Divina Liturgia, cuando los fieles cantan: “Bendito sea el nombre del Señor, desde ahora y por siempre“, el sacerdote ora y le dice a nuestro Señor: “Tú que eres la plenitud de la Ley y de los Profetas, Cristo Dios nuestro, tú que cumpliste todo el plan salvador del Padre, colma nuestros corazones de alegría y de gozo en todo tiempo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”.

(Traducido de: Arhim. Teofil Părăian, Punctele cardinale ale Ortodoxiei, Editura Lumea credinței, p. 178-179)