Palabras de espiritualidad

Las aflicciones como escuela del cristiano

    • Foto. Silviu Cluci

      Foto. Silviu Cluci

No basta con ser buenos por naturaleza: debemos ser buenos en concordancia con el Evangelio.

«“Yo reprendo y castigo a los que amo” (Apocalipsis 3, 19), dice el Señor. Todos los que se han acercado al Señor y se han hecho Suyos, lo han logrado soportando grandes tribulaciones, como bien nos lo explica la Santa Escritura. El Santo Apóstol Pablo predicaba como un dogma que “tenemos que pasar por muchas aflicciones para entrar en el Reino de Dios” (Hechos 14, 22). Al contrario, los que viven ajenos al dolor son olvidados por Dios. Así pues, no pierdas el ánimo en tus aflicciones, sino que agradécele a Dios por ellas, sabedor de que son unas grandes benefactoras para ti. Además, confía siempre en Su santa voluntad y en Su santa providencia. ¡Acostúmbrate, asimismo, a leer el Evangelio, para que puedas entender que no es posible ser discípulo de Cristo si no cargamos con nuestra cruz!

En tu caso, ¿qué sería de ti si Dios no te hubiera aleccionado por medio de las aflicciones? Seguramente habrías dedicado todas tus capacidades a hacer cosas inútiles y, con esto, entrarías a la eternidad indigno de toda recompensa, haciéndote merecedor de un severo castigo por haber despreciado a Cristo, el Hijo de Dios, Quien se sacrificó por ti para que también tú te ofrendaras a Él como un sacrificio espiritual, por tu propio bien.  No basta con ser buenos por naturaleza: debemos ser buenos en concordancia con el Evangelio. El bien natural a veces contradice al bien evangélico, porque nuestra naturaleza no se halla más en su estado de inocencia original, sino en un estado de pecado, en el cual el bien se mezcla con el mal en nuestro interior. Luego, si ese bien no es enderezado y purificado por el Evangelio, no tiene nada de bueno per se y es indigno de Dios. ¡Que nuestro Señor esté contigo! ¡Que Él fortalezca tu alma y tu cuerpo! ¡Que Él disponga para bien toda tu vida, tanto en este mundo como en la eternidad!».

(Traducido de: Sfântul Ignatie BriancianinovDe la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 227-228)