Palabras de espiritualidad

Los dones que nos concede el ayuno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Cristo no pide nada de ti. Lo único que Él necesita es un corazón puro y un cuerpo sin mancha.

Amemos con fuerza el ayuno. El ayuno, la oración y la caridad conforman el baluarte más confiable del cristiano, en el cual no hay lugar para el temor, y libran al hombre de la muerte. Adán fue expulsado del Paraíso por haber comido del fruto prohibido, en tanto que, por medio del ayuno y la oración, quien así lo quiera puede entrar nuevamente a aquel lugar. Con esta virtud tienes que revestir tu cuerpo, oh casta doncella, y te harás agradable al Esposo Celestial, del mismo modo en que las novias del mundo, para agradar a sus prometidos, se embellecen con delicados perfumes y se visten con ropajes caros y joyas. Sin embargo, Cristo no pide nada de ti. Lo único que Él necesita es un corazón puro y un cuerpo sin mancha, aun por medio del ayuno. Si viene alguien y te dice: “¡No ayunes tanto, que te puedes enfermar!”, no le creas y no prestes atención a sus palabras, porque el enemigo es quien le insufla tales recomendaciones.

Acuérdate de lo que dice la Escritura. Cuando tres jóvenes, con Daniel, fueron esclavizados por Nabucodonosor, monarca de Babilonia, este les ordenó que comieran de su mesa y bebieran de su vino. No obstante, Daniel y los tres jóvenes rehusaron hacerlo y le pidieron al eunuco que los cuidaba que les trajera de comer solamente de las semillas de la tierra y agua para beber. El eunuco les dijo: “Temo que el rey, mi señor, que ha asignado vuestra comida y vuestra bebida, os encuentre más flacos que los jóvenes de vuestra edad, y así seáis la causa de que el rey me condene a muerte”. Ellos le dijeron: “Haz una prueba con tus siervos durante diez días”. Y, así, les dio semillas y agua durante ese período. Y, al presentárselos al rey, este comprobó que sus rostros se veían más luminosos que los de los otros jóvenes, quienes comían de su mesa (Daniel 1).

(Traducido de: Patericul Lavrei Sfântului Sava, Editura Egumenița, 2010, pp. 118-119)