Palabras de espiritualidad

¿Merece o no la pena vivir?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Optimistas fueron también los mártires cristianos. Y si ellos eran optimistas, ¿cómo no habríamos de serlo nosotros?

El optimismo y el pesimismo son dos formas distintas de apreciar la vida. Para el optimista la vida es un don enorme. Por el contrario, para el pesimista la vida es un gran mal. Muchos creen que la diferencia entre optimismo y pesimismo es pequeña, como la que existe entre una persona con ojos azules y otra con ojos negros. Muchos creen que, simple y naturalmente, se puede optar entre ser optimista o ser pesimista. Pero no es así. El optimismo significa felicidad, mientras que el pesimismo representa infelicidad. La más grande felicidad del hombre no consiste en tener buena salud, inmensas riquezas, muchas amistades o la honra del mundo. La más grande felicidad del hombre es ser optimista. Por otro lado, lo peor que le puede pasar al hombre no es la enfermedad, la pobreza, la soledad, el abandono, la injusticia o cualquier otra carga o pérdida semejante. Lo peor que le puede pasar al hombre es ser pesimista. Porque, en tanto que el optimismo constituye un himno de vida, el pesimismo es un himno de muerte. El coro del primer himno dice: “¡Vale la pena vivir!”, mientras que el del segundo responde: “¡No vale la pena vivir!”. Vivir significa pensar, sentir, trabajar. El optimista repite: “¡Merece la pena pensar, sentir, trabajar!”.

La palabra de Dios es optimista. Abrazo esta verdad. El optimismo constituye la aureola de la enseñanza y la historia cristiana. El fundador del Cristianismo fue un optimista, el más optimista de todos. Y no lo fue sólo en los momentos felices de Su vida: cuando participó en la boda de Caná, o cuando le arrojaron flores al entrar a Jerusalén, o cuando contemplaba en paz el campo lleno de flores, o cuando atravesaba el lago de Genesaret bajo la luz de las estrellas. No sólo en esos momentos Él fue optimista. Siguió siéndolo aún cuando todos lo abandonaron y se quedó solo, pidiéndole al Padre, en aquella amarga noche antes de Su Santa Pasión. Siguió siendo optimista cuando lo llevaron de Herodes a Pilato, insultado y ofendido. Y cuando le pusieron una corona de espinas, y cuando salió de Jerusalén cargando una pesada cruz de madera, entre escupitajos y maldiciones de la gente, pero también acompañado del eco de los lamentos y llantos de las mujeres que le seguían. Finalmente, cuando la copa de la amargura se llenó y entró en la historia la palabra “Gólgota”, Él siguió siendo optimista.

Optimistas fueron también los mártires cristianos. Y si ellos eran optimistas, ¿cómo no habríamos de serlo nosotros? Fueron optimistas esos que lucharon con fieras en las arenas romanas, para distraer al César. Optimistas fueron también esos que murieron quemados en la hoguera, martirizados para satisfacer al César y sus concubinas. Optimistas fueron también esos torturados de distintas formas y tantos otros que fueron enterrados vivos. Optimistas fueron esos que sufrieron la injusticia, esos que no conocieron la igualdad y la libertad públicas, mucho menos el amor de los hombres... ¿Cómo podríamos ser pesimistas nosotros? ¿Por qué habríamos de serlo?

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Omilii despre pocăință, dragoste și optimism, Traducere din limba greacă de prezbitera Iuliana și pr. Iulian Eni, Editura Doxologia, Iași, 2016, pp. 161, 167, 168)