Palabras de espiritualidad

Ocho son los pensamientos que provocan todas las maldades

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Si quieres vencer a la ira, adquiere la bondad y la paciencia, recordando las maldades sufridas por nuestro Señor Jesucristo, Quien, en vez de desatar Su enojo sobre esos que mal le hacían, oraba por ellos, así: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. 

Debes saber, hijo, que ocho son los pensamientos que provocan todas las maldades: la demonización del vientre, el desenfreno carnal, la avaricia, la ira, la congoja, la desidia, la vanagloria y el orgullo. Son pensamientos malignos que toda persona debe combatir.

Así, si quieres vencer a la demonización del vientre, deberás amar la continencia y temerle a Dios. Sólo así podrás vencer. Si quieres derrotar al desenfreno, prefiere el hambre, la sed y la vigila, pensando siempre en tu propia muerte y evitando hablar de forma prosaica con las mujeres. Sólo así vencerás. Si quieres vencer la avaricia, ama la pobreza y la sencillez. Si quieres vencer a la ira, adquiere la bondad y la paciencia, recordando las maldades sufridas por nuestro Señor Jesucristo, Quien, en vez de desatar Su enojo sobre esos que mal le hacían, oraba por ellos, así: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. 

Si quieres vencer la congoja por las cosas de este mundo, deja de preocuparte por lo que es meramente terrenal; aunque te atacaran, te deshonraran o te persiguieran, deja de preocuparte y no te entristezcas. Más bien, alégrate y preocúpate solamente cuando te equivoques, pero con medida, para no caer en la desesperanza y, así, perderte. Si quieres vencer la dejadez, trabaja en algo con tus manos, lo que sea, y ocúpate leyendo libros espirituales. Y no te olvides de orar continuamente. Si quieres vencer la vanagloria, desprecia los elogios, las honras, las vestimentas lujosas, los primeros puestos en todo; al contrario, alégrate cuando te ofendan, cuando te difamen y te insulten, considerándote a ti mismo como el más pecador de todos. Si quieres vencer el orgullo, hagas lo que hagas no lo atribuyas a tu propio esfuerzo y virtud. Al contrario, sea que ayunes, veles, ores, duermas en el suelo, cantes, sirvas o hagas muchas postraciones, deberás decir: “No es gracias a mi propio esfuerzo que trabajo. Por el contrario, todo lo hago con la ayuda divina. ¡Gloria a nuestro Dios, ahora y siempre y por los siglos de los siglos!”. Amén.

(Traducido de: Sfântul Nil PustniculDin cuvintele duhovnicești ale Sfinților Părinți, Editura Arhiepiscopiei Sucevei și Rădăuților, Suceava, 2003, p. 290)