Palabras de espiritualidad

Palabras que son un llamado de atención para cada cristiano

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

La trampa más certera del demonio es la postergación. “Ya tendrás tiempo para orar, para ayunar… ¡Puedes empezar más tarde, o mejor mañana!”, le dice al hombre. Y así, día tras día, hasta que la muerte sorprende a la persona. Claramente, el hombre se pierde solo, voluntariamente, sin arrepentirse. ¿Quién es el culpable, entonces?

Una vez, el anciano Vicente Mălău le dijo a su discípulo Eutimio: 

—Anoche, después de haber hecho mi canon con mi cuerda de oración (komboskini), me senté para descansar un poco. Luego de algunos minutos, sentí que alguien me arrancaba el cordón de oración de la mano y lo arrojaba con fuerza al suelo. Cuando abrí los ojos, vi que en mi celda había un grupo de demonios de aspecto horrible, saltando y jugueteando entre ellos. Pero, una vez empecé a invocar el nombre del Señor con lágrimas en los ojos, los demonios desaparecieron.

En otra ocasión, le dijo lo siguiente: 

—Es bueno que el monje sea un forastero toda su vida. Si esto no es posible, al menos en su vejez debe irse lejos, para morir como un extraño, y no entre los suyos. Porque así se lo prometió a Cristo.

El padre solía dar sabios consejos para la vida espiritual de sus discípulos. Cuando se acordaba de algo edificante, se lo decía al primer monje o monja que encontraba: 

—Escucha, madre. Acabo de recordar algo. Déjame que te lo cuente ahora, porque puede ser la última oportunidad que tengas de escucharlo. 

Y terminaba así: 

—Esta es, probablemente, mi última prédica, mi última bendición. ¡Quién sabe si conoceremos el día de mañana!

Un día, uno de sus discípulos le preguntó: 

—¿Cómo se siente usted en el Monasterio Agapia, padre Vicente? 

—¡Gloria a Dios por todo! ¿Sabes qué me mantiene aquí? La Liturgia diaria y la Santa Comunión. De lo contrario, las tentaciones me rodearían por todas partes. 

Y, en verdad, aquellas palabras fueron de gran provecho para su discípulo.

Decía también el anciano: 

—Aquel que busca cómo deleitarse con la belleza del cuerpo, es tan culpable como el adúltero y, mientras no le ponga fin a ese pecado, no podrá comulgar. Incluso si consume el antidoron, lo hace pecando. ¡Y cuántos hay que creen que el deseo (carnal) no es nada! Pero Cristo lo dice claramente: “Os digo que todo el que mira a una mujer con mal deseo ya ha cometido con ella adulterio en su corazón” (Mateo 5, 28).

También decía: 

—La trampa más certera del demonio es la postergación. “Ya tendrás tiempo para orar, para ayunar… ¡Puedes empezar más tarde, o mejor mañana!”, le dice al hombre. Y así, día tras día, hasta que la muerte sorprende a la persona. Claramente, el hombre se pierde solo, voluntariamente, sin arrepentirse. ¿Quién es el culpable, entonces?

Otras veces, les decía a sus discípulos: 

—En vano se confiesan, hermanos, si no se deciden a dejar de pecar.

(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 571 - 572)