Palabras de espiritualidad

Para los cristianos, la única sorpresa es el pecado

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

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Por medio de Cristo —Aquel que con Sus Sacramentos y las santas virtudes viene y se queda con nosotros— vencemos al demonio, que siempre está en contra nuestra y quien, por medio de los pecados y pasiones, busca la forma de inmiscuirse en nuestro interior.

A nosotros, los cristianos, hay una sola cosa en este mundo que puede sorprendernos: el pecado. Sí, el pecado es una “sorpresa” y un peligro muy grande. Porque sabemos que el pecado es, en realidad, el único estado que no es natural y aún anti-natural en el mundo de Dios. Por esta razón, su ataque resulta inesperado y mortal para el ser creado a imagen de Dios: el hombre. También sabemos que el pecado proviene del demonio y, por esta razón, es el único y verdadero peligro para el hombre tanto en este mundo como en el que habrá de venir.

Sabemos qué es lo que Dios espera de nosotros, sabemos qué pide el Señor en Su Evangelio, de la misma forma que sabemos cuál es el propósito del maligno en lo que respecta a nosotros. Luego, no nos dejemos abrumar por él, porque su objetivo no nos es desconocido (II Corintios 2, 11). Por eso debemos estar siempre preparados y en alerta en contra de sus trampas y engaños, por medio de los cuales él, con gran destreza, con maldad y meticulosidad, empieza introduciendo sus maldades y pasiones, hasta terminar introduciéndose por completo. Dicho esto, es importante recordar que para protegernos nos podemos cubrir con la armadura divina que nos ofrece nuestro maravilloso Señor Jesucristo, por medio de Su Iglesia: los Sacramentos y las santas virtudes.

De esta forma podremos velar y prepararnos, luchar y combatir, hasta vencer a todos los espíritus del mal (Efesios 6,11-18). Por medio de Cristo —Aquel que con Sus Sacramentos y las santas virtudes viene y se queda con nosotros— vencemos al demonio, que siempre está en contra nuestra y quien, por medio de los pecados y pasiones, busca la forma de inmiscuirse en nuestro interior.

(Traducido de: Arhimandritul Justin Popovici, Epistola întâia către Tesaloniceni, Editura Bizantină, București, 2005, p. 116)