Palabras de espiritualidad

Predicando con el ejemplo sobre los beneficios de asistir a la iglesia

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Aunque no les digas nada, al verte salir de la iglesia —con tu aspecto, tu mirada, tu voz... en fin, con tu completa actitud— les estarás demostrando lo que has ganado y lo que ellos se han perdido, que es suficiente como exhortación y consejo.

Salgamos de la Divina Liturgia como fieros leones, más terribles aún que el demonio (habiendo recibido por parte del Señor una gran fuerza para poder enfrentar al maligno). Porque el Santo Cuerpo del Señor, que hemos recibido en la Eucaristía, alimenta nuestra alma y la revigoriza. Cuando comulgamos con merecimiento, el don que hemos recibido aleja a los demonios y nos brinda la compañía de los ángeles y del mismísimo Señor de los ángeles. Esta Sangre es la salvación de nuestras almas, en Ella se purifican, con Ella se atavían. Este Cuerpo hace la mente más luminosa que el fuego y hace que alma brille más que el oro.

Entonces, atraigan a nuestros hermanos a la Iglesia, aconsejándolos no sólo con palabras, sino también con el ejemplo. Y, aunque no les digas nada, al verte salir de la iglesia —con tu aspecto, tu mirada, tu voz... en fin, con tu completa actitud— les estarás demostrando lo que has ganado y lo que ellos se han perdido, que es suficiente como exhortación y consejo. Porque así es como debemos salir de la iglesia, como del “Santo de los Santos”, como si acabáramos de bajar de los Cielos. Enséñales a los demás que en la iglesia cantas junto a los serafines, que te haces parte de la vida celestial, que te encuentras con Cristo y que puedes dialogar con Él. Si esta es la forma en que vivimos la Divina Liturgia, no necesitaremos explicarles nada más a quienes no asisten a ella.

Y estos, viendo tales beneficios, notarán el perjuicio que se han hecho y correrán a la iglesia, para gozarse de tales dones, con la Gracia y el amor a la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, a Quien debemos toda honra, junto a Su Padre eterno, con el Santísimo, Bueno y Vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 427-428)