Palabras de espiritualidad

Quítate las sandalias de las preocupaciones terrenales...

    • Foto: Mihai Chiric

      Foto: Mihai Chiric

A ti, sacerdote, te pido que seas juicioso y que entiendas lo que eres y lo que oficias. Sabiendo esto, sírvele al Señor con temor y con amor, renunciando a cualquier banalidad.

También tú, que eres sacerdote y pastor de las ovejas de Cristo, que te presentas ante Su sobrecogedora Mesa, que elevas oraciones a Dios por todos los presentes y por quienes son parte de la Iglesia entera, tú que oras por la unidad de los creyentes, cuídate de la ebriedad, porque esta ensucia todas tus plegarias. No sustituyas las palabras santas con las que son humanas y vulgares, sabiendo que tienes la potestad de dialogar con Dios. Mantén tu cuerpo puro, sabiendo que eres un mediador por tus hermanos ante Dios. Y que el movimiento de tus pies también sea el debido, sabiendo que te hallas en un lugar santo.

Cuida también tus manos de toda impureza, ya que con ellas alzas el Cuerpo de Cristo. Acepta la humildad y considérate el más pequeño de todos, para que, clamando a Dios, venga Él y te escuche, porque el Señor visita solamente a los que son humildes. Mantén tu lengua libre de toda injuria, porque también con ella enalteces al Señor junto a los ángeles. Aléjate de cuando en cuando del bullicio, para que tu mente, en sosiego, pueda elevar oraciones puras al Señor. Sé misericordioso con los pobres, porque los piadosos recibirán la misericordia de Dios. Cuando te acerques al Santo Altar, quítate las sandalias de las preocupaciones terrenales y desviste tu corazón de cualquier pensamiento malicioso, porque el sitio que pisas es santo. Al orar, acuérdate de todos tus hermanos, sin excepción. No mezcles las oraciones que haces y al cantar no busques más y mejores tonos, porque todo eso disipa la humildad. Lee a tus hermanos, lleno de fervor, la vida y las enseñanzas de los Santos Padres, no con autoridad y soberbia, sino que humillándote y explicando todo a cada paso; sin embargo, todo lo que hagas, hazlo con la bendición de tu superior, para no caer en la trampa de asumir licencias por ti mismo.

No comas en demasía, para que no termines apartando al Espíritu Santo —Quien desciende sobre los Dones— con la ebullición de tu cuerpo y la pesadez de tu vientre. Cuando te halles en el Santo Altar, no voltees a mirar hacia atrás a cada instante, sino que eleva tu mirada solamente hacia Aquel que mora en los Cielos. Trata con afabilidad y respeto a los más insignificantes, pidiendo a todos sus bendiciones y oraciones, para que puedas alzar tus manos en el Altar sin culpa alguna. Una vez más te lo pido, oh sacerdote de Cristo: cuídate de la bebida, porque eres un serafín con cuerpo y no es correcto que acudas a esas cosas. Además, apártate de la codicia, del orgullo, de las injurias, de la vanidad, de la ira y de los pensamientos lujuriosos. Todo ello es ajeno al orden de lo angélico y tú sirves al Cuerpo de Cristo con el auxilio de los ángeles y aunándote a ellos. Porque decimos. “Ahora los poderes celestiales, invisiblemente, con nosotros ofician”. Por todas estas razones, te pido que seas juicioso y que entiendas lo que eres y lo que oficias. Sabiendo esto, sírvele al Señor con temor y con amor, renunciando a cualquier banalidad. Para que, habiendo recibido esta misión angélica, y cumpliéndola con estremecimiento, con amor y devoción, puedas llegar a morar en los Cielos, junto a los ángeles y por la eternidad, en Cristo nuestro Señor, a Quien debemos toda gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Din cuvintele duhovniceşti ale Sfinţilor Părinţi, Editura Arhiepiscopiei Sucevei şi Rădăuţilor, Suceava, 2003, p. 95)