Palabras de espiritualidad

¿Realmente tenemos que sufrir?

    • Foto: Oana Nechifor

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¿Estamos dispuestos a sacrificarnos y a sufrir voluntariamente, con tal de realizar la voluntad de Dios?

San Ignacio Brianchianinov, comentando el versículo 12 del capítulo 11 del Evangelio según San Mateo (“Desde los tiempos de Juan Bautista hasta ahora el Reino de Dios sufre violencia, y los violentos lo arrebatan”), dice: “Cada labor, sea física o espiritual, que no incluya sufrimiento, esfuerzo y aflicción, será improductiva, porque el Reino de los Cielos se arrebata a la fuerza, y sólo los fuertes lo alcanzan”. ¿Entonces, esto significa que debemos sufrir para llegar a ser verdaderos cristianos? Bueno, si amamos verdaderamente a alguien, ¿acaso no estaríamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio, en pos de su bienestar? Si esa persona es Cristo, seguramente debemos desear cumplir con Su voluntad, aunque esto implique el sufrimiento. El mejor ejemplo de esto nos lo dan los mártires de al Iglesia, hombres y mujeres que ofrendaron su vida física por dar testimonio de Dios. ¿Pero qué significa que el Reino de Dios se toma a la fuerza? Nuestra “brutalidad” debe ser dirigida contra los pecados que cometemos. Es decir que debemos luchar contra ellos. Nuestro objetivo supremo debe ser cumplir con Su voluntad, aunque la nuestra se vea comprometida o debilitada. Para la mayoría de nosotros, el sufrimiento es una cuestión voluntaria, con la cual demostramos nuestro amor por el Creador, para purificarnos de nuestras pasiones y poder recibir Su Gracia divina.

El padre Paisos dice: “Cuando amas a Cristo, realizas un esfuerzo constante en renunciar a ti mismo; con esto, tu denuedo es bendecido. Sufres, pero con regocijo. Haces postraciones y oras, porque estas son cosas que deseas con anhelo divino. Son, a la vez, dolor y anhelo, pasión y añoranza, exaltación, gozo y amor. Las postraciones, las vigilias y los ayunos son esfuerzos que hacemos por Aquel que es muy amado, con el propósito de experimentar el diálogo con Cristo. Pero estos esfuerzos no se realizan bajo ninguna forma de presión. Todo lo que hagas a la fuerza, a la postre resultará muy dañino, tanto para ti mismo como para la misma tarea que realices. La presión y la coacción provocan resistencia. El esfuerzo que hacemos por Cristo, el deseo verdadero de tenerlo a Él, es amor, sacrificio... y renunciar a ti mismo”.

Debemos preguntarnos, entonces, si estamos llenos de amor a Cristo. ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos y a sufrir voluntariamente, con tal de realizar la voluntad de Dios?

El piadoso Porfirio nos exhorta: “¿Acudimos a aquellos que amamos, cuando ya no hallamos consuelo en la oración, o lo hacemos como un pesado deber, y decimos: 'Uf, ahora tengo que hacer todas mis postraciones y mis oraciones'? ¿Qué es lo que nos falta, cuando procedemos de esta manera? El amor divino es lo que nos falta. La oración hecha sin amor a Dios ni siquiera merece la pena comenzarla. ¡Realmente, hasta podría resultarnos perjudicial!”. Para unirnos a Cirsto en el amor, debemos ser dignos de esto. Debemos ser capaces de hacer lo que Él nos pide: amar a los demás. Esto implica fuerza espiritual y mucho esfuerzo, incluyendo renunciar a nuestros anhelos y placeres físicos. Debemos reconocer que muchas veces buscamos cómo huir del dolor y el sufrimiento, anteponiendo nuestro propio interés. Esta es la lucha que cada uno debe librar, con la esperanza de que Dios se apiadará y nos enviará Su Gracia celestial, para nuestra enmienda y salvación.