Palabras de espiritualidad

Relato de un encuentro ante las reliquias de una santa

    • Foto: Bogdan Zamfirescu

      Foto: Bogdan Zamfirescu

Translation and adaptation:

Antonio acaba de cumplir seis años. Asiste al segundo ciclo de la educación infantil y sabe escribir “Antonio”, “Mamá”, “Papá” y “Río”. “Río” es una serie animada que Antonio ama. Cuando amas a alguien, oras por él... y escribes su nombre en las peticiones que llevas a la iglesia. Ayer, cerca de las seis de la tarde, Antonio le pidió a su mamá que fueran a la iglesia.

Mamá, vamos a la iglesia.

¿Para qué? Deja, que mañana iremos a la Santa Unción.

Nooo... ¡vamos ahora mismo!

¿Ahora mismo? Es tarde, además.

Quiero que vayamos a orar.

¡Uf...!

¡Vamos, vamos, vamos, mamá!

Así fue como conocí a Antonio. Eran las siete de la noche y la catedral ya estaba casi vacía. Vino con su mamá a venerar las reliquias de Santa Parascheva y estuvieron un par de minutos orando. Pareciera demasiado para un niño pequeño. Excepcional. Luego volvió la mirada y me vio. Caminando con gesto serio, se me acercó. Le animé con una sonrisa, y entonces puso la cabecita para que lo bendijera. Después me beso la mano y yo se la extendí para darnos un apretón.

¡Venga, saludémonos!

Le extendí la mano, pero el levantó la suya, para chocarnos las palmas. Al primer intento nos salió mal. Las chocamos otra vez y resonó en toda la iglesia. El estudiante que me ayudaba a escribir las peticiones levantó la mirada de entre las flores que adornan el cofre con las reliquias, intrigado por lo que había sido ese estrépito.

No pasa nada —lo tranquilicé—, nos estábamos saludando con mi amigo.

¿Cómo te llamas, hombre?, le pregunté al chico.

Antonio.

¿Cuántos años tienes?

Tengo seis. Cumpliré siete.

¿Y...?

¡Y...!

¿Qué haces?

Vine a la iglesia con mi mamá.

Ajá.

Se me acercó, como queriendo decirme algo al oído. Me incliné hacia él. Entendí que se trataba de un secreto. Es muy importante tomar en serio los secretos de los niños. Hice un gesto de curiosidad y me dispuse a escucharle. Entonces me susurró:

Mamá y papá se separaron. ¿Qué puedo hacer para que se reconcilien? Para que estén juntos...

Por un instante no supe qué decir. Me tomó por sorpresa. Pero aquellos dos grandes y húmedos ojos, esperaban una respuesta.

Pídele su ayuda a Santa Parascheva.

Ya lo hice... Bueno, lo haré otra vez.

Despacito, se acercó nuevamente al cofre y se detuvo unos minutos. Creí que después se iría. Pero no fue así. Volvió conmigo, y me dijo:

Padre, ¿sabes algo? Mejor llamo a mi mamá para que hable contigo y para que le digas qué debe hacer.

¿Pero, en dónde está tu mamá?

¡Iré a llamarla!

Los niños tienen una fe enorme. En su mente, el sacerdote se asemeja a Dios.

Salió corriendo al fondo de la iglesia, buscando a su mamá. Desde mi sitio ví cómo la apremiaba. La mujer se resistía tímidamente. Por momentos, dirigía su mirada hacia mí y luego la bajaba a donde estaba su insistente interlocutor. No sé qué argumentos utilizó Antonio desde ahí abajo, desde su propio mundo, pero sí sé que fueron más poderosos que la oposición de su madre. Ambos comenzaron a caminar hacia el frente de la iglesia. Mientras tanto, yo seguía recibiendo y bendiciendo a los peregrinos que aún a esa hora se acercaban a las reliquias de la santa.

¡Que el Señor nos ayude, Padre!, dijo ella.

¿Cómo está Usted?

¿Qué puedo decir...? Este pequeñito me hizo salir casi de noche para venir a la iglesia. No pude oponerme. Lo vestí y nos venimos.

Antonio nos veía con unos ojos que parecía querían echarse a llorar.

Padre, dile lo que tiene que hacer, me suplicó.

Seguramente pensaba que su mamá entendería mejor lo que había que hacer para que papá volviera a casa. Confiaba en que yo sabía mejor cómo proceder, creía que yo tenía la solución para su problema. Los niños tienen una fe enorme. En su mente, el sacerdote se asemeja a Dios. Yo le doy a mamá la solución, ella lo entiende, hace lo que le recomendé y todo cambia. Papá y mamá vuelven a estar juntos, unidos, como antes...

* *

¡Señor, dales sabiduría y fuerza a los padres, para que puedan ofrecerles a sus hijos una infancia bendecida! La separación de los padres divide en dos el alma del niño. ¡No hieras a tu propio hijo! ¡No oscurezcas su inocencia! El divorcio sólo trae confusión al niño, sentimientos de culpabilidad, tristeza, el rechazo de la situación y mucho enfado, porque se siente abandonado. La infancia es la edad de la alegría más pura. Cierta vez escuché a alguien decir: “Desde mi infancia, ya no volví a vivir verdaderamente”. La infancia es fuente de fuerza y consuelo para toda la vida, auxilio y refugio en los momentos difíciles que, inevitablemente, todos tenemos que enfrentar. (P. Nicodim Petre)