Palabras de espiritualidad

Seamos siempre niños en nuestra alma, conservando la serenidad y la inocencia

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Los jóvenes están siempre cerca de la felicidad y de las realizaciones que han de ofrecerles satisfacciones, gracias a su propia estructura, sus esperanzas y su forma de involucrarse en incontables actividades. Y son más felices, precisamente porque no tienen un largo pasado manchado por malos pensamientos, acciones impías o conversaciones inapropiadas.

La juventud tiene algo en ella, algo especial, algo que te descansa. A mí siempre me han llenado de alegría los jóvenes, aún ya en mi vejez. ¡Y esto lo digo con todo el corazón! ¿Por qué? Porque el joven es maleable, algo que le falta al anciano... ¿qué más puedes hacer con un anciano? Te sientas a hablar con él y debes repetirle diez veces algo para que lo entienda. Mientras, el joven dice: “Puede que sea cierto, voy a meditar en eso que acabo de escuchar”. Le dices: “Mira, hijo, no tiene sentido perder tu tiempo en discotecas, sólo te llenas de pecados, te agitas, te dañas... ¿qué sentido tiene asistir a semejante espectáculo y después llevarte a la iglesia todo lo que viste allí?”. Porque esa es la realidad, el hombre carga con todo lo que ha ido acumulando. Así es el hombre, producto de la sociedad en la que vive. Y sobre todo, si elige cosas negativas, vive negativamente.

Los jóvenes están siempre cerca de la felicidad y de las realizaciones que han de ofrecerles satisfacciones, gracias a su propia estructura, sus esperanzas y su forma de involucrarse en incontables actividades. Y son más felices, precisamente porque no tienen un largo pasado manchado por malos pensamientos, acciones impías o conversaciones inapropiadas. Y es que la juventud se halla más cerca de la infancia, y ésta última es, de cierta manera, el ideal del cristiano. No en el sentido de quedarnos siempre en la fase de inicio, sino en el entendido que debemos mantener eso que caracteriza a la infancia, como la serenidad y la inocencia.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniţi de luaţi bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, p. 166)