Palabras de espiritualidad

Sobre las virtudes del sacerdote

    • Foto: Florentina Mardari

      Foto: Florentina Mardari

Durante toda su vida, el sacerdote debe ser conducido por estas virtudes: una fe fuerte en Dios, el amor por los demás, la buena voluntad, la humildad y la devoción interior por Cristo.

Algunos monjes le preguntaron al archimandrita Serafín Popescu qué era lo que más le había gustado del Santo Monte Athos. Y él respondió:

La devoción y disciplina de los monjes athonitas, su puntualidad para los oficios litúrgicos, el respeto con santidad de todas las normas canónicas y del tipikón, así como su arrojo para defender la Ortodoxia y las enseñanzas de los Santos Padres, aún a costa de sus propias vidas. Todo eso me conmovió mucho y me edificó espiritualmente. Por eso, al volver de Athos, lo hice decidido a entrar en la vida monacal, cosa que finalmente hice.

También le preguntaron sobre los consejos espirituales de los ancianos monjes.

Mis padres espirituales me exhortaban a asistir permanentemente a los oficios litúrgicos y a amar, con toda entrega, a Dios y a los demás. Son dos cosas que hoy amo aún más. Oficiar en la iglesia y aconsejar espiritualmente a los fieles que nos visitan.

Le preguntaron, además, sobre las virtudes que deben ataviar la vida del sacerdote.

Durante toda su vida, el sacerdote debe ser conducido por estas virtudes: una fe fuerte en Dios, el amor por los demás, la buena voluntad, la humildad y la devoción interior por Cristo. Además, debe mantener siempre ante sus ojos la presencia de Cristo, y hacer con sus fieles lo mismo que haría Él si estuviera en su lugar. Cristo carga con el peso de nuestras aflicciones. Se hace uno con nosotros. Lo mismo debe hacer el sacerdote. Cristo se hace uno con el alma que se presenta ante Él, para entenderla, consolarla, levantarla, animarla y ayudarla.

También le preguntaron cómo reconciliar la dureza de los santos cánones y de la justicia de Dios, con el amor y la compasión para con los fieles.

Todo depende del estado espiritual del penitente. Este es el mejor indicio para el confesor. Ni una severidad seca e intransigente, como tampoco un consuelo y un perdón demasiado fáciles. El estado del alma demuestra la medida correcta. Depende de la herida, de su antigüedad y del estado de rectificación del penitente.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 714)