Palabras de espiritualidad

Sobre un aspecto importantísimo de la vida conyugal

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Para muchos jóvenes de nuestros días, el matrimonio es la justificación para una vida sexual sin control alguno.

Es normal que el hombre y la mujer sientan atracción recíproca. Esta atracción fue implantada en el ser humano ya desde su creación por Dios, porque “vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardecío y amaneció: día sexto.” (Génesis 1, 31). Después de la caída de nuestros proto-padres Adán y Eva, y después de que la muerte deviniera en castigo por la desobediencia de los primeros hombres, esta atracción entre hombre y mujer se hizo necesaria para la multiplicación y perpetuación del género humano. Sin ella, ¿quién se atrevería a pensar en dejar descendientes, a sabiendas del trabajo y dolor que implica el nacimiento de un niño?

El piadoso Paisos dice que después de Adán y Eva es posible que hayan existido individuos con intensidad distinta en su apetito carnal: un 5 % en algunos, en otros un 30 % y en otros, un 80 %. Pero en nuestros días, ¿es posible encontrar personas con un apetito carnal de sólo un 5%? Vivimos en un mundo en el cual el placer sexual es ampliamente promovido en los mass media. Sin embargo, la realidad es que Dios nos otorgó la forma de vencer, es decir, la renuncia a las pasiones, para obtener la victoria en esta lucha con nosotros mismos y con quienes nos rodean. Esto implica una forma de vida basada en el control de nuestros impulsos carnales, como el mismo apetito sexual. Para alcanzar ese nivel de desprendimiento de las cosas de la carne, debemos luchar y superar aquello que fácilmente se observa en los animales, que viven sin ningún control sobre sus instintos sexuales. Los humanos nos diferenciamos de los animales también por el hecho de que tenemos un alma y buscamos unirnos permanentemente con Dios. Y esta unión requiere dominar nuestros arranques carnales, es decir, renunciar a las pasiones.

Pero, el piadoso Paisos opina lo contrario: “Los esposos no tienen ninguna razón para pensar así, por el simple hecho de haberse unido ante Dios y ante los demás. Quienes piensan así olvidan que también tienen alma, motivo por el cual tendrían que evitar semejante pecado. La idea es que cada pareja sepa controlarse con discernimiento y en la medida de sus posibilidades. Al comienzo de la vida familiar, como es normal, la edad es el mayor enemigo de los jóvenes; pero, a medida que pasa el tiempo y el cuerpo se debilita, el alma adquiere cierta supremacía. Con esto, el esposo y la esposa empiezan a gozar más de las alegrías espirituales y se pueden contener más fácilmente de los placeres carnales, porque les parecen menos importantes. De esta manera, los esposos podrán alcanzar más fácilmente la salvación, eligiendo el camino mejor, que, a pesar de todo, no está libre de pruebas”. 

Esta lucha no puede librarse por parte de uno solo de los cónyuges: es es necesario el consenso de los dos. Es como un baile que no puede ejecutarse sino en pareja. El acto sexual es un placer que Dios nos concedió, no solamente para procrear, sino también como una expresión del amor sacrificial que los esposos se tienen mutuamente. No es cristiano buscar el placer solamente para ti, y no compartirlo con tu esposa, a quien amas. Este impulso natural debe ser utilizado en el propósito por el cual se te otorgó, es decir, para engendrar hijos.

Es un pecado que más tarde afectará a los hijos de la pareja, si no es dominado. El padre Paisos lo explica. “(Los esposos) tienen el deber moral de luchar contra el pecado y someterlo, para no dejárselo como herencia a sus hijos. Todos conocemos casos de niños cuyos padres tienen una cierta disposición espiritual a esta clase de pecado, de manera que esos pequeños sufren terriblemente desde edades muy tempranas, adquiriendo esa misma inclinación al pecado carnal, como herencia de sus propios padres. Al comienzo, estas pasiones son muy sencillas, casi insignificantes, como todos los pecados que pasan de padres a hijos. Son como la ortiga, que al brotar es fina y agradable al tacto, pero después, cuando crece, se vuelve áspera e irritante. Claro está, los niños pueden ser sanados por un buen padre espiritual, con un discernimiento probado. De lo contrario, cuando alcancen la madurez, tendrán que sufrir mucho para poder sanar esas pasiones”.

Cuando no podemos controlar nuestros impulsos sexuales, quien sufre más es nuestro compañero de vida. Buscar el placer solamente para nosotros mismos, es muestra de un enorme egoísmo. Quien busca esos placeres se vuelve esclavo de las pasiones carnales, reduciendo el amor y el afecto al simple acto sexual. El afecto, entonces, se convierte en el medio para recibir algo a cambio, en vez de dar; esto implica también la pérdida del amor de Dios. Sin embargo, esos impulsos pueden ser contenidos. Con denuedo y una educación correcta desde la juventud, la bella relación entre hombre y mujer puede incluir la correcta vida sexual, eso sí, en el marco del matrimonio.