Palabras de espiritualidad

¿Somos presa del orgullo?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

¿Es que el orgullo, la sed de honra y la sed de ser encomiados son el motor silencioso de nuestras virtudes?

Somos orgullosos. Cuando no nos dan la atención que esperamos y somos ignorados, nos indignamos en nuestra alma. Con esto, lo que demostramos es que somos presa del orgullo. Cuando añoramos escuchar algún elogio por alguna acción que hicimos o por alguna cualidad nuestra, nos dejamos llevar por el orgullo.

Cuando el Señor nos hace humildes por medio de alguna tribulación, y nosotros nos lamentamos y nos alzamos contra Dios, nuevamente estamos siendo sometidos por el orgullo, porque nos creemos merecdores de un estado mejor. Y si siendo tan orgullosos, experimentamos alguna visión. ¿cómo podemos pensar que proviene de Dios? El que tenga buen juicio reconocerá que simplemente nos estamos dejando llevar por la vanagloria, el amor propio y el orgullo. ¡Y es que no podemos soportar que alguien hable mal de nosotros! ¡Dios nos libre! Cuando eso sucede, nos enfadamos, nos sentimos abatidos. Al contrario, lo que esperamos de los demás es honra y admiración.

En todo momento deseamos brillar; esperamos de todos estima y honores. El orgullo es un resorte también para nuestra vida espiritual. Cuando ayunamos, oramos, practicamos la caridad o hablamos de Dios, queremos que los demás nos ensalcen. Con esto, lo único que demostramos es que hasta nuestras buenas acciones tienen su origen en el orgullo que nos domina, aunque no nos demos cuenta de ello. ¡Pero las buenas acciones, sin humildad, son como diamantes falsos! Son indignas del Reino de los Cielos. Conozco el relato de un monje, quien ayunaba mucho y hacía grandes sacrificios, mientras vivía en el monasterio. Pero cuando se retiró a la soledad para vivir como un asceta e intensificar sus sacrificios, notó cómo su esfuerzo iba haciándose cada vez más débil. Un día, un grupo de monjes pasó a visitarlo y, observando su transformación, le preguntaron: “¿Por qué, cuando estaba en el monasterio, ayunaba usted tanto, padre, y aquí parece que ha renunciado a su esfuerzo espiritual?”. “Esto se debe, hermanos, a que ahí, en el monasterio, tenía los elogios de los demás, quienes me veían sacrificarme. ¡Pero aquí no tengo a nadie!”.

¿No es eso mismo lo que nos sucede a nosotros? ¿Es que el orgullo, la sed de honra y la sed de ser encomiados son el motor silencioso de nuestras virtudes?

(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Trăire duhovnicească și înșelare, Editura Sophia, p. 48-49)

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