Palabras de espiritualidad

Un ejemplo del verdadero amor al prójimo

    • Foto: Constantin Comici

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Era tan misericordioso, que, cuando no tenía qué dar a los necesitados, se quitaba sus vestimentas de obispo y, llorando, me suplicaba que buscara dónde conseguir algo de dinero, para poder ayudar a los “hermanos de Cristo”, como llamaba a los pobres. 

Contaba el discípulo de San Calínico de Cernica: 

—Era tan misericordioso, que, cuando no tenía qué dar a los necesitados, se quitaba sus vestimentas de obispo y, llorando, me suplicaba que buscara dónde conseguir algo de dinero, para poder ayudar a los “hermanos de Cristo”, como llamaba a los pobres.

Una vez, al finalizar la Divina Liturgia en una parroquia de Craiova, el sacristán le entregó seis monedas de oro que alguien le había dado como ofrenda para la Iglesia. San Calínico las tomó y, después de agradecerle al sacristán, se despidió de todos y salió. Afuera, una mujer que lo estaba esperando en el jardín de la iglesia, se le acercó y le rogó que le diera alguna ayuda material. San Calinico se acordó de las seis monedas que tenía en el bolsillo y se las entregó a la mujer. 

Tres días después, la misma mujer volvió a llamar a la puerta de San Calínico, pidiendo nuevamente algo de dinero. El santo llamó a su discípulo, y le ordenó: 

—Por favor, dale algo a la mujer que está afuera. 

—Pero, padre, es la misma mujer de la otra vez, a la que Usted le dio seis monedas de oro…

San Calínico respondió con tono serio: 

—Padre, si comiste ayer ¿significa que hoy no comerás? Quizás esta mujer tenía alguna deuda que saldar o algo parecido, y por eso ha venido otra vez a pedirnos ayuda. ¡Sal y dale algo de dinero! 

Desde ese momento y hasta la muerte de San Calínico, su discípulo no volvió a hacerle ninguna observación en lo que respecta a la ayuda ofrecida a los más necesitados.

Decía el mismo discípulo: 

—Cuando ordenaba a algún sacerdote, el padre Calínico no aceptaba obsequios ni dinero, nada. De hecho, imponía que nadie se le acercara para ofrecerle algo. Eso sí, cuando los sacerdotes recién ordenados partían a sus respectivas parroquias, él los convocaba para aconsejarlos y darles una profunda orientación de cómo tenía que ser su actitud y su labor en la sociedad y también con sus feligreses. Después, les daba algo de dinero para el viaje, libros litúrgicos y otros textos de doctrina ortodoxa.

(Traducido de Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 420-421)