Palabras de espiritualidad

Un monje al que la Madre del Señor despertaba para ir a orar

    • Foto: Catalin Acasandrei

      Foto: Catalin Acasandrei

¡Oh, Madre del Señor, ayúdame, aunque soy un pecador! ¡Oh, Madre del Señor, dame una buena muerte!”.

El padre Silvestru Ailincăi era originario de la aldea Buhalniţa (Neamţ, Rumanía). En su juventud estuvo casado y tuvo hijos. Años después, renunciando a todo, se hizo monje en el Monasterio Durău. Y era tan humilde y obediente, que todos aprendían de su mansedumbre y denuedo. No sabía leer, pero oraba día y noche, hacía postraciones, trabajaba en el huerto y nunca faltaba a la iglesia. Tenía, ante todo, una gran devoción por la Madre del Señor. Siempre oraba ante su ícono, diciendo:

¡Oh, Madre del Señor, ayúdame, aunque soy un pecador! ¡Oh, Madre del Señor, dame una buena muerte!

Después besaba el ícono y partía a cumplir con sus trabajos de obediencia, con los ojos llenos de lágrimas.

Un día, su discípulo le preguntó:

Padre Silvestru, ¿por qué hace tantas postraciones?

Es por mis pecados que hago postraciones... ¡son tantos! Hago postraciones también por cada uno de los oficios litúrgicos diarios, porque no puedo leerlos en mi celda. También hago postraciones por mis hijos y por todos los demás que no tienen tiempo para orar.

Cuando se acercaba a los 90 años de edad, el padre Silvestru se quedó completamente sordo. Pero nunca faltaba a la iglesia.

Un día, le preguntaron:

¿Cómo es que se levanta tan temprano para ir a los Maitines, padre, si no puede oir la campana?

La Madre del Señor se apiada de mí, aunque soy un pecador. Cuando me acuesto, digo: “¡Madre del Señor, despiértame para ir a la santa oración!”. Y, a la medianoche, cuando suena la toaca, alguien me toca suavemente el hombro e inmediatamente me despierto.

Otras veces, les decía a los demás monjes:

¿Por qué demora tanto en venir la muerte? ¡Está claro que soy un gran pecador y que Dios aún no me perdona! ¡Padres, pidan mucho por mí!

Así fue la laboriosa vida del padre Silvestru en el Monasterio Durău, durante más de 20 años. Todos le amaban, porque era muy virtuoso y sin maldad alguna. Entonces, tal como fue su vida, así también fue su fin.

Una mañana de otoño de 1919, cuando todos participaban de los Maitines y cantaban: “Más honorable que los querubines...”, el padre Silvestru hacía, como de costumbre, sus postraciones ante el ícono de la Madre del Señor. Después se quedó postrado de rodillas, con la frente sobre el suelo. Los demás monjes creyeron que se había quedado dormido. Al terminar los oficios respectivos, quisieron despertarlo, diciendo:

¡Levántese, padre Silvestru, que los Maitines ya se acabaron!

Pero, ¡glorioso milagro! ¡El padre Silvestru había entregado su alma justo ante el ícono de la Santísima Virgen!

Conmovidos, los demás monjes envolvieron su cuerpo y lo pusieron en el centro de la iglesia, y a los tres días le acompañaron a su camino eterno.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 503 - 504)

 

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