Palabras de espiritualidad

Una cosa falta...

    • Foto: Benedict Both

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La completa vida de Cristo no es sino el camino correcto, el de la humildad, el amor y el perdón. Si eres humilde, si amas y perdonas, es que eres hijo de Dios, hermano de Cristo, discípulo del Señor, uno que se salvará y será puesto a Su diestra.

* Una cosa falta... Este mandamiento de Cristo es válido también para nosotros, para que nuestra preocupación por hacernos con lo necesario para vivir sea lo más sensata posible y para que nuestro principal cuidado sea volvernos agradables a Dios y buscar la salvación de nuestra alma. Que todo nuestro afán consista en purificarnos el alma, modelarla de acuerdo a Su voluntad y evitar la forma de caer al infierno. La salvación de nuestra alma no es un juego. ¡No podemos jugar con el alma, que es inmortal!

* Somos mortales y estamos de paso en este mundo, porque un día partiremos a la eternidad, a Dios.

* Cuando no experimentamos el consuelo espiritual, nuestra alma no halla ninguna forma de sosiego, porque las cosas materiales son ajenas a su naturaleza. En consecuencia, cuando el alma del hombre se acostumbra a las cosas de Dios, por medio de la oración y la vida virtuosa, se llena de agradecimiento y seguridad, y siente a Dios en su interior.

* Por eso, debemos procurar continuamente la purificación de nuestro cuerpo y liberar nuestra conciencia de los lazos invisibles del pecado. Sólo entonces, con la Gracia de Dios, obtendremos esa cosa que falta.

* Es con nuestras obras que evidenciamos la medida de nuestra fe en Dios, en la eternidad del alma y en el Reino de Dios. Así, asumamos nuestra vida seriamente y no permitamos que nos engañe el demonio con el pecado, justo cuando lo que necesitamos es arrepentimiento, lágrimas y remordimiento. No desperdiciemos el tiempo inútilmente, yendo de aquí para allá, jugando, participando de fiestas y haciéndonos lo opuesto de lo que Dios tenía en mente cuando nos creó. Apartémonos de todo eso y busquemos la forma de hacernos agradables a Dios. A Él le interesa nuestra alma, no nuestro exterior. A quien le interesa lo que tenemos por fuera es al demonio. Entonces, sabiendo que Dios se fija sólo en lo que llevamos dentro, embellezcamos nuestra alma con las virtudes. Cuando nos acicalamos por fuera, nos desarreglamos por dentro. No arruinemos ni corrompamos nuestra alma. De todo esto daremos cuentas a Dios.

* Preocupémonos por nuestra forma de vida y concentrémonos en trabajar nuestra alma, con tal de hacerla fértil para Dios, porque la muerte nos espera. No hay otro camino. Todos pasaremos por esto. Recordémoslo, porque cada uno de nosotros morirá y pasará ante el tribunal celestial. Que no se nos olvide ese juicio que tendremos que enfrentar.

* No tenemos nada bajo nuestro dominio, ni siquiera nuestro propio ser. Todo es incierto, todo pende de un delgado hilo, porque podríamos perderlo todo, incluso después de morir... Pidamos en nuestras oraciones que Dios nos otorgue el arrepentimiento, la redención y una buena muerte, y también que recibamos una sentencia benévola ante el Gran Juez.

* Nosotros, los cristianos, estamos obligados a velar por nuestra salvación. Necesitamos y es absolutamente indispensable que pensemos en la forma en que podemos alcanzarla. Esforcémonos, pues, en entender la forma de llegar a salvarnos.

* ¡Qué cosa tan sobrecogedora es nuestra salvación! Hoy vivimos y mañana podríamos morir, cerrando nuestros ojos para siempre. Y una vez cerrados para siempre nuestros ojos terrenales, se nos abren los otros ojos, porque empieza la vida futura. No obstante, vivimos como si creyéramos en esto, pero sin convicción. Esta es la razón por la cual nos terminan venciendo nuestros vicios y debilidades, porque también el mundo nos atrae y nos llena de toda clase de ideas, ajenas a lo que Dios quiere de nosotros.

* Debemos purificar nuestra alma en esta vida, utilizando los distintos medios a nuestro alcance para este propósito, como el Sacramento de la Confesión, las lágrimas de contrición, el esfuerzo, la lucha con los pensamientos, los sentidos y cualquier otra forma de pecado. Ante todo, purifiquemos nuestra alma, que luego Dios nos otorgará Su Gracia. Y cuando Cristo nos otorgue Su Gracia, cuando nos abra los ojos del alma, esta se convertirá en el Paraíso y en ese Reino Celestial que no puede ser descrito con palabras.

* La completa vida de Cristo no es sino el camino correcto, el de la humildad, el amor y el perdón. Si eres humilde, si amas y perdonas, es que eres hijo de Dios, hermano de Cristo, discípulo del Señor, uno que se salvará y será puesto a Su diestra.

(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credință și mântuire, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 11)