Palabras de espiritualidad

Una exhortación a aprovechar cada instante de la vida

    • Foto: Valentina Birgaoanu

      Foto: Valentina Birgaoanu

Translation and adaptation:

¡El problema es que no somos conscientes de lo que representa el presente! Pasamos del pasado al futuro sin vivir con intensidad el momento presente.

Detengámonos a pensar qué sucedería si fuéramos conscientes de que cada instante de nuestra vida podría ser el último, que este momento nos fue dado para alcanzar determinado nivel de perfección, que las palabras que decimos podrían ser también las últimas, y que por esta razón tendrían que expresar toda la belleza, la sabiduría, el conocimiento y, especialmente, todo el amor que hemos alcanzado a lo largo de nuestra vida, sin importar cuánto haya durado esta. ¡Cómo nos comportaríamos los unos con los otros, si el momento presente fuera el único del que disponemos, y si este momento tuviera que expresar todo el amor y afecto que sentimos por el otro! Viviríamos con una intensidad y una profundidad que de otra forma jamás podríamos alcanzar. ¡El problema es que no somos conscientes de lo que representa el presente! Pasamos del pasado al futuro sin vivir con intensidad el momento presente.

En su diario, Dostoyevski relata lo que le ocurrió cuando fue condenado a muerte. Esperando el momento de ser ejecutado, observaba con detenimiento el mundo que le rodeaba. ¡Qué refulgente era la luz del sol y qué maravilloso el aire que respiraba! ¡Cuánta belleza a su alrededor, qué precioso cada instante de la vida, ahora que todavía estaba vivo, pero a un paso de morir! “¡Oh!, dijo él en ese momento, ¡si se me concediera la vida, no malgastaría ni siquiera un instante de ella!”. Se le había dado la vida, pero gran parte de ella la había desperdiciado. Si fuéramos conscientes de esto, ¡cómo nos trataríamos los unos a los otros, y también a nosotros mismos! Si supiéramos que la persona con la que hablamos podría morir en cualquier instante y que el sonido de nuestra voz, el contenido de nuestras palabras, la forma en que gesticulamos, el modo en que nos expresamos y nuestras intenciones podrían ser lo último que ella percibió en esta vida, llevándoselas consigo a la eternidad, ¡qué atentos, qué cuidadosos y qué amorosos seríamos en verdad! Y es que la experiencia demuestra que, ante la muerte, cualquier resentimiento, amargura o antipatía mutua se borran y desaparecen. La muerte es demasiado grande ante aquello que tendría que parecernos insignificante, aún en la perspectiva de la vida eterna.

Viendo la muerte desde este ángulo, la idea y el recuerdo de esta podrían convertirse en la única fuerza capaz de hacernos vivir la vida con intensidad. ¡Vivir para estar a la altura de la muerte, vivir de una manera tal que, cuando nos toque encontrarnos con la muerte, nos halle en la cima, en la cresta de la ola, no en la fosa, para que nuestras últimas palabras no sean en vano y nuestro último gesto no sea inútil! Aquellos de nosotros que hayan tenido la oportunidad de estar al lado de un moribundo —es decir, junto a una persona consciente de la cercanía de la muerte, cuando también nosotros éramos conscientes de lo mismo— seguramente habrán entendido lo que puede significar la proximidad de la muerte, cuando se trata de una relación humana. Significa que cada palabra debe contener todo el aprecio, toda la belleza, la armonía y el amor que quizás se hallaban en un estado de letargo en dicha relación. Significa que, en misterio, nada es pequeño ni insignificante, porque todo, por mínimo que parezca, puede ser una expresión del amor o una negación de este.

(Traducido de: Mitropolitul Antonie al Surojului, Viața, boala, moartea, Editura Sfântul Siluan, 2010, p. 79-81)