Palabras de espiritualidad

Una muestra del verdadero amor a la Madre del Señor

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Todos los santos le ofrecieron muchísimas loas a la Madre del Señor, pero yo no he podido encontrar una más bella y más dulce, para llamarla, que esta: ¡Madre mía! ¡Mi dulce Madrecita!”.

Su amor por la Madre del Señor era casi imposible de describir. No he conocido a nadie que ame tanto a la Madre del Señor, después de Dios, como lo hacía el stárets José. Sus ojos derramaban lágrimas con tan sólo escuchar su santo nombre y tan sólo con ver su ícono o escuchar algún cántico dedicado a ella.

Cierta vez, viendo que no podía dormir, me contó qué era lo que le impedía descansar: “Solamente me acordé de la Madre del Señor... y ya no pude dormirme”. Ese mismo amor ferviente puede observarse en los siguientes extractos de algunas de sus cartas:

“Soy incapaz de acercarme y simplemente besar el ícono de la Madre del Señor, para irme después. Cuando me acerco a su ícono, siento como si fuera un imán que me atrae hacia él. Y quisiera estar horas enteras venerándolo, porque un nuevo impulso de vida inunda mi alma, llenándome de Gracia e impidiéndome alejarme. Se trata del amor, el afecto divino, un fuego que quema; es algo que, una vez entras a la iglesia, sale a tu encuentro —cuando se trata de un ícono milagroso— y te llena un halo de agradable aroma, que podrías pasar horas enteras maravillado, fuera de ti, en el fragante Paraíso. Tal es la Gracia que la Madre del Señor otorga a aquellos que guardan la pureza del cuerpo”.

Todos los santos le ofrecieron muchísimas loas a la Madre del Señor, pero yo no he podido encontrar una más bella y más dulce, para llamarla, que esta: ¡Madre mía! ¡Mi dulce Madrecita! Cada vez que la llamamos, ella acude inmediatamente a socorernos. Ni bien has terminado de decir: ¡Santísima Madre de Dios, ayúdame!, cuando, como si se tratara de un rayo, atraviesa tu mente y llena de luz tu corazón. Y atrae tu mente a la oración, y tu corazón al amor. Muchas veces pasas la noche entera entre suspiros y clamándole con tu oración, exaltándola, y especialmente a Aquel a Quien sostiene entre sus brazos”.

Durante mucho tiempo le pidió a la Madre del Señor que viniera a llevárselo, para poder descansar. A menudo estrechaba el ícono entre sus brazos y oraba, lleno de lágrimas: “¿Cuándo vas a venir? ¿Cuándo vendrás a por mi alma?”. Y la Madre del Señor, para demostrar cuánto amor y cuánta devoción tenía el stárets hacia ella, vino a llevarse su alma justo en el día de su Dormición.

(Traducido de: Stareţul meu Iosif Isihastul, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2010, pp. 413-414)